MISA SOLEMNE
Por Wilberto Peñarredonda
Dice el Flaco Arrieta, que a quien no sacan el 2 de febrero en Magangué, no lo sacan nunca. Y en parte tiene razón. Ya que las fiestas patronales de la ciudad de los ríos, en honor a la Virgen de La Candelaria, desde tiempos inmemoriales se han constituido en el evento religioso de mayor envergadura en la región de la mojana.
Ante ése precedente, el Magangueleño nato se acicala cada 2 de febrero y saca a relucir su mejor mecha, ya sea nueva o rescatada - con olor a naftalina o a cucaracha- de su baúl, para asistir a la misa de consagración que se lleva a cabo a las once de la mañana.
En ése contexto yo no fuí la excepción, y para las festividades del año 1996, compré un par de zapatos café oscuro marca Betar en el Almacén El Sobrino del fallecido Yamil Alí. Que hiciera juego con mi atuendo ministerial, como dice Alvarito Araujo, que había adoptado luego de haber trabajado en la Alcaldía Municipal, y que derogó por muchos años mi facha informal de vestir de Jean, playera y mocasines apaches.
Llegó la fecha prevista y con camisa de seda multicolor que había heredado del novio, en ésa ocasión, de la Mochy Berrio. Encajada a un Stanford color oscuro y los Betar nuevos, aromado en fina fragancia Ebel. Me dirijí a la catedral en compañía de Toño Villegas
Hacía un sol canicular y el calor era impetuoso. Tanto que en cuestión de segundos, de la frente de Toño empezó a escurrir el sudor, motivo por el cual a cada momento limpiaba los lentes oscuros de su imitación de Ray Band
En medio de empujones y teniendo como referencia, puesto que estaba a escasos metros del altar mayor, a Guillo Pérez Tapia vestido de blanco, camisa guayabera y pantalón de lino burdo. Con zapatos cabareteos de igual color y que expelaba a María Farina cada vez que abanicaba su pañuelo. Nos aplañoñamos en la mitad del módulo central
Cuando Monseñor Armando Larios Jiménez, obispo de Magangué -con birrete embonado y cara de rufián - salió precedido de los sacerdotes que le acompañaban para iniciar la eucaristía, un intenso calambre hizo mella en mis pies. Disimuladamente me hinqué y aflojé los cordones de mis zapatos en aras de que amainara el malestar. Pero a medida que pasaban los minutos la apretazón era peor y los callos, al igual que los jarretes de ambos pies sufrían el rigor de la textura del calzado.
No había otra alternativa que aprovechar la salida de la mini proseción que tradicionalmente se hace al rededor de la iglesia, y escabullirme para la casa para cambiarme de pisos.
Antecedido de una muchedumbre donde Rafita Acosta, el legendario secretario de Seguros Suraméricana destacaba por sus finos ademanes, logramos salir. Caminando como loro en alambre, pude desviarme y llegar a la esquina del Castillo Verde, plena calle de Las Damas. Sitio donde me encaramité a un colectivo rumbo a mi casa, en busca de los viejos zapatos que tenía. Para de inmediato volver a la Misa Solemne.