Tierra fértil
Meditemos sobre el poder de la Palabra de Dios y la importancia de nuestra receptividad para que esa Palabra germine y produzca frutos. “Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y haberla hecho germinar, para que dé la simiente para sembrar y el pan para comer, así será la Palabra que salga de mi boca. No volverá a mí con las manos vacías sino después de haber hecho lo que yo quería y haber llevado a cabo lo que le encargué” (*). El papel de la Palabra de Dios es la de fecundar nuestros corazones, mentes y acciones, penetrar en nuestras intenciones y decisiones y lograr una vida de rectitud, justicia y virtud. Dios nos da su Palabra creadora, reparadora, transformadora, liberadora, viva y eficaz, pero no obliga al ser humano a recibirla. En la hermosa parábola del sembrador (**) Jesús nos muestra las diferentes maneras como recibimos la Palabra. A veces nos hacemos los sordos, o deseamos parar a quienes la predican para evitar que se pongan de manifiesto obras que la conciencia sabe que no son correctas, o sino la evadimos porque no queremos cambiar. Otras veces escuchamos la Palabra de Dios solo con el sentimiento. Nos entusiasma mucho, pero no contrastamos nuestra vida con ella, o sólo la aplicamos a los demás, o no la meditamos ni oramos a partir de ella, y pronto pierde sus raíces y sus efectos en nuestras vidas. A veces la valoramos pero la sembramos en medio de muchas otras voces que no provienen del Espíritu Santo, muchas teorías humanas, seudo- ciencias, costumbres y éstas la ahogan, o no permiten que produzca los frutos de vida eterna. Afortunadamente también hay muchos que estudian, reflexionan y meditan la Palabra de Dios, procurando leerla con el mismo Espíritu con que fue escrita, con el ánimo de encontrar los medios para amar a Dios con mayor fuerza y amar más al prójimo como a sí mismos, y contribuir en la construcción del Reino de Jesucristo, en el que prevalezca la justicia, la paz y el amor. Nuestro Creador, Dios Santo e Omnipotente, a través de la Palabra nos enseña, reprende, corrige y educa, y lo único que nos pide es que seamos tierra fértil, que permitamos a Jesucristo esparcir la semilla de la salvación, para lograr que más personas sean libres del pecado, de la muerte y del enemigo de las almas. Nuestra labor es sencilla y a la vez difícil porque está llena de paradojas que solo aceptamos mediante una fe grande en el dueño de la cosecha, en el sembrador y en el poder del Espíritu, que riega la semilla por el mundo con su amor. Paradojas que nos invitan a: entregar nuestras vidas para ganarlas, abrazar la cruz para salir redimidos y resucitados, estar sujetos a las leyes de Dios para ser libres, soltar todos los apegos para merecer todos los bienes y ser sencillos, serviciales y dóciles para ser partícipes del Reino. Dios nos abra la mente y el corazón para que seamos tierra fértil que reciba con valentía la Palabra y nos dejemos transformar por ella para producir muchos frutos de salvación y santidad. Que aprendamos de la “más fértil” que permitió que la Palabra se engendrara en ella: “Hágase en mí según Su Palabra”.
(*)Is 55, 10-11; (**)Mt 13, 1-9. judithdepaniza@yahoo.com