LA NOBLEZA DE PIPIOLO


Magangué, situada a la margen izquierda del río grande de La Magdalena, ha sido desde tiempos inmemoriales la despensa agrícola de la región de La Mojana. La fertilidad y benevolencia de sus terrenos puesta de manifiesto en extensos plantíos de arroz, sorgo, maíz, plátano, yuca y ñame, entre otros, han sido fundamentales en el desarrollo  económico y social de esta ciudad del Caribe colombiano
Por su posición geográfica, la bella villa de don Francisco de Miranda es altamente comercial y la actividad de la mayor parte de sus habitantes, gira en torno a la ejecución de labores relacionadas con el mercadeo de los productos anteriormente mencionados. 

Enfocado en esa concepción y aprovechando unos ahorros que había atesorado como vendedor de ropa, Ricardo Comas Pineda -un amigo de barriada- en cierta ocasión compró un carro de mulas (Zorra) con el fin de dárselo a su compadre Efrén Méndez, para que éste solucionara su situación laboral y él, a su vez,  tener una ayuda más en sus ingresos como comerciante.
El plante iba a las mil maravillas, ya que para jalonar el artesanal vehículo,  Perencho, como era conocido Efrén en el argot popular, había conseguido en la vecina población de Madrid un rozagante  caballo de color bayo y de fornido pectoral, al que llamaron Pipiolo.
En el marco de las fiestas novembrinas de ese año, un grupo de entusiastas trabajadores de una institución educativa de la localidad, contrataron el carro de mula de Ricardo para hacer parte de la tradicional batalla de flores que se lleva a cabo el 11 de noviembre. Pipiolo con una serpentina solferina a manera de penacho, engalanaba el monumental desfile, cuyo comienzo estaba pactado para las 2.00 pm en inmediaciones del barrio San Pablo
El carruaje atiborrado de personas  hizo su normal y entusiasta  recorrido, jalonado por el imponente ejemplar y guiado por su peculiar Jockey. Al filo de las 6 y 30 pm culminó el evento en el parque de Las Américas. 
Finalizado el contrato y bajo el efecto de los tragos, Perencho se despidió de sus clientes e inicio su retorno a casa. A la altura del cementerio central y adormitado por la brisa,  éste quedó extendido en el maderamen del vehículo arrastrado por Pipiolo. El incauto animal al verse sin guía,  echó a correr despavoridamente por toda la avenida Carity. 
Efrén  azotado por Baco, solo alcanzaba a entreabrir el ojo derecho, ya que el izquierdo lo llevaba atestado de maizena. Destellos de neón iluminaron su desfigurada boca, que balbuceante trataba de dominar, mediante quejumbrosos gritos, al desbocado equino. Cuya nobleza predominó ante las circunstancias, y orondo llegó sin contratiempo a la casa de la señora Rosa, mama de su embriagado domador