LA CAGADA DE FARUK

 Por Wilberto Peñarredonda      

        Cronista, México DF

Faruk era un perro "cacri" - callejero criollo- que un inusitado día cualquiera, fue a parar a las huestes de Guillo Pérez Tapia, un extrabajador de la desaparecida empresa  Telecom, quien recién casado vivia en pleno Barrio Olaya Herrera, a escasos metros del Mercadito Bostón del veterano Julio Pescado. 

Hacendoso y obediente, el canino se había convertido en el fiel compañero de la pareja de esposos y todos sus caprichos le eran complacidos.

Dormia dentro de la humilde vivienda, acurrucado en el bisel de la ventana del inmueble. Comía a la carta y una sarapa de jarrete sancochado revuelto con arroz chombo,  sin descartar una totumada de guarapo fermentado, a manera de sobre mesa, era su menú diario. La cagada la realizaba en los linderos de la poza de arrancatronco y veía televisión hasta altas horas de la noche. Cuando la trémula voz de Elisa de Montejo anunciaba por el único canal que se captaba en el Caribe Colombiano, el término de la programación. Además en sus ratos de ocio, fumaba marihuana y practicaba Yoga.

Los días, los pasaba a sus anchas panchas. Hasta una fatídica tarde de marzo y bajo el sopor que genera el calor, pasada la hora del almuerzo. Cuando Rosemberg Rodríguez, vecino del sector y apodado el Dr. Queso por ser comerciante del apetecido producto lácteo y vestir siempre de blanco liso, se acercó a la ventana donde Faruk hacía la siesta y éste, luego de entreabrir sus expresivos y grisáceos ojos, se le abalanzó lograndolo morder en el calcañal de la pierna izquierda.

El susto del desprevenido parroquiano fue mayúsculo y luego de poner al tanto de lo acontecido a Guillo, dueño del can, quién en ese momento no tenía ni agua boricada para aplicarle, lo remitió a la farmacia El Milagroso de propiedad de Julio Martínez. Que guedaba a escasas cuadras del incidente.

Languido y sudoroso, llegó el comerciante a donde Julito, que aposentado detrás del mostrador y frunciendo el mostacho a lo Capulina, le atendió la herida.

Después de recetarle los medicamentos requeridos del caso, le embutió un frasco de Minevitam Jalea, aduciendo que lo veía de mal color. En resumen, la cuenta se fue a $21 pesos, que para la época, 1971, era demasiado dinero.  Hecho que causó ira y escozor en la humanidad de Guillo, quien sólo se limitó a decirle a su esposa, factura en mano: "Mira la cagada de Faruk"