PA GRITÁ DURO
La vejez viene de la mano de los achaques y uno de los síntomas más predominantes de esa etapa de la vida, es el insomnio.
Mi tía Alicia, quien para la época en que se desarrolló esta crónica que a continuación les relato, se encasillaba en los 70 y pico de años, no fue ajena a éste flagelo.
Ante tal situación, recurrió a sus hermanas que vivían en los EEUU, para que le enviaran de allá, algo efectivo para su padecimiento. Ellas, ni cortas ni perezosas, le quedaron a mandar unas pastillas efectivas para conciliar el sueño.
El menjurge le llegó quince días después, aprovechando una encomienda que éstas organizaron y que incluía una docena de Ensures que yo revendia en Magangué, como ayuda económica, y varias prendas de vestir de segunda que repartimos entre los familiares más cercanos.
Más de seis diminutos frasquitos hábilmente rotulados, llegaron envueltos entre los artículos procedentes del país del Tío Sam y cuyo contenido eran las famosas pastillitas de Lindormin, un eficáz medicamento a base de benzodiazepina, sustancia relajante que estimula el sistema nervioso central.
El resultado se vió reflejado en menos de una semana y mi tía, ante la cantidad de pastillas que quedaron, terminó regalándoselas a todo el que le comentaba
que sufría de inmsomio. A pesar de ello, dos o tres frascos sobraron, y andaban del timbo al tambo, en el interior de una mesita de noche que reposaba al lado de su cama.
Con el correr de los años y ante la premura de que el Lindormin fuese a vencer, yo algunas veces y por la falta de sueño, hasta las ingerí. Pero era tal la cantidad, que cada vez que abría el cajón, éstas me hacían morisqueta y me recordaban de su pronto vencimiento.
Una cálida mañana de Julio, el grito estrepitoso de: "¡Siiiii llevoooo caaaopee frescooooo! Emanado de la garganta de Freddy Ditta, el popular tuerto de Versalles, claridivenció en mi mente la forma de salir de las pastillas.
A sabiendas de que él era fruly (adicto al somnifero) dizque para pregonar más fuerte el producto que comercializaba, según Walter Piñeres. Salí a su encuentro y en la esquina del pretil de Don Marce QEPD, le propuse los tres frascos que quedaban.
Sus ojos café oscuro brillaron como babilla asomada en caño, apenas le mostré la nota.
"¿Son bacanas?" fue lo único que se le ocurrió decir, antes de cerrar el negocio en $2.000. Dinero que más tarde me gastaría en un suculento almuerzo en el Restaurante Mosca de Alexis, ubicado en la esquina del desaparecido Teatro Habib.
No había terminado de partir el tuerto en su oxidada bicicleta con la ponchera de pescado encasquetada en la cabeza, cuando me asalta la incertidumbre de que ese cristiano se fuese a intoxicar y por tal hecho, previa investigación policial,
me fuesen a encanastar. Pero la calma volvió a mi interior, y todo quedó ahí.
Pasó el tiempo y da la casualidad que volví a encontrarme, por los predios del antiguo Edificio de Telecom, donde hoy funciona el Centro Comercial Popular, con Freddy. Luego del saludo de rigor y con mirada maliciosa exclamó : "¿Hey Pocholín, todavía tienes de la jugada aquella?" Yo, cagado de la risa le pregunté que cómo le habían caído. Ripostando éste: "¡Nojodaaaa, mono cuco! El Cúto - su compañero de andanzas- casi se las mama todas".
Al final y a punto de seguir, cada uno, nuestro destino. Exclamó, entre gesticulaciones y risas: "No tienes más por ahí, es que me sirven pa grita duro"