CLUB LOTEROS DE MAGANGUÉ
Enclavado en pleno corazón del barrio El Prado, cantón inexpugnable de Leopoldo Urda, El CLUB LOTEROS se constituyó por más de tres décadas, antes de que la altamiza y la hierba de coquito se apoderadan de él, en el recinto más popular y de tradición en lo referente a verbenas de fin de año.
Su junta directiva en cabeza de Jicho Larios, hombre cívico de ideas progresistas y que ya había tenido experiencia en materia de eventos bailables bajo la administración de la famosa Caseta Patacumbia, organizaba religiosamente todos los 25 de diciembre y 1 de enero, una estrepitosa fiesta amenizada por un portentoso Pickup de la región, una chiflajopo y una agrupación de afamada trayectoria local.
Desde muy pequeño, tuve la oportunidad de asistir a esos bololó, porque nuestro vecino de toda la vida, el señor Donaldo Sánchez Guzmán, era miembro de la junta y nos regalaba pases de cortesía a sus nietos y a mi. Y pese a no saber bailar, ni mucho menos ingerir bebidas alcohólicas por nuestra corta edad, de la mano de Julia Edenis Sánchez, la hija menor del viejo Sánchez, allá íbamos a joder un rato encaramados en los culumpios y en el oxidado tobogán que imponente resaltaba en la zona de juegos.
Adentrado en la adolescencia y siendo compañero de estudios de Jorge Larios, hijo de Jicho, volví a frecuentar el lugar con el ánimo de arrecostar la porra, como decía Gustavo Arrieta, o de pescar amores furtivos en los enmontados alrededores del club. Que se atiborraba de gente sin distingo social y cuya finalidad era pasar un rato ameno y agradable, ataviados de la misma mecha que habían estrenado la noche anterior en el marco de la noche buena y el año nuevo. Hasta a veces luciamos uniformados, gracias a que la mayoría de la población magangueleña y pueblos circunvecinos, se hacía de su vestimenta en El Almacén Caribú de propiedad de Nadid Nazzar, inmigrante turco que vendía ropa en serie.
Medio Magangué arrancaba para la sede campestre del gremio de LOTEROS. Los buses urbanos entre quienes descollaban el de Terra, La Medio Paso y el de Fabio, pasada las dos de la tarde no daban abasto. Y el lío era la venida del retirado sitio, ya que en horas de la noche no había servicio de transporte público, oportunidad aprovechada por el Chopo Guerra, Ñopanta y Florentino, para hacer su agosto en sus destartalados pichirilos. Los que no contaban con la suerte de encontrar transporte, les tocaba a pata como la garrapata, haciendo parte del barullo que tapizaba la carretera principal, en medio de la risotada y la mamadera de gallo que caracteriza a los habitantes del caribe colombiano.
Diversas circunstancias dieron al traste con la permanencia del emblemático bailadero, cuyo recuerdo quedó grabado en la mente de quienes fuimos a menear el jopo como musengue espantando mosquitos, en el inolvidable CLUB LOTEROS.