LA TIENDA DE KIKE
Por Wilberto Peñarredonda
Retomando el tema de las tiendas de antaño, cuyo recuerdo aflora de la mano de la nostalgia cada vez que hacemos alusión a él, y nos lleva a imborrables anécdotas acaecidas en nuestra niñez. Se no viene a nuestra mente la tienda del finado Enrique Castillo García.
Empotrada en la esquina de la calle 18 y la carrera 10B, pleno corazón del barrio Olaya Herrera en Magangué. Siempre lució imponente por su amplio y alto pretil, que servía de remanso a la perene patota que a diario ahí se chantaba, y de la cual hacíamos parte.
Sus fiel clientela la constituian los vecinos de toda la vida, entre quienes destacaban: Felipiito Pertúz, Jairo Guerra, los Lerma, la Familia Ramírez Herazo, la Familia Pereira Gallón, los Sinning Pérez, los Vega, los Villegas, el negro Hielo, Tule Martínez y obviamente mi tía Alicia.
Su estantería de madera y el mostrador elaborados en higuereto, permanecían atiborrado de productos alimenticios. Hasta crema de arroz Polly vendían.
Una especie de batea pequeña, también de madera y que se había hemoecido por la acción de la sanguaza, era utilizada para exhibir la carne y el hueso. Al igual que una guillotina de hierro y un peso envenenado, que contrastaban con una especie de vitrina forrada en anjeo donde guardaban los panes, hacían parte de la retreta de cachivaches que ornaban el ventorillo.
La señora Zenaida Cerro, su fiel compañera de mil batallas, desde las primeras luces del alba despachaba a cabalidad lo requerido por los compradores, y con suma precisión cortaba las torrejas de calabaza que hacían parte de la verdura menudiada que allí vendían.
Las chichas de maíz y guayaba dulce envasadas en botellas de gaseosas, que timbraban por el excelente accionar de un viejo enfriador Hinducol enclaustrado debajo del mostrador, siempre fueron el
atractivo para la juventud de la época que merodeaba la tienda.
Esas chichas, al menor descuido del viejo Kike, por causa del adormitamiento que le generaba la brisa y la comodidad de un vetusto taubrete recostado al marco de la puerta, eran el objetivo principal del raponazo orquestado por Mario Carabela. Quien gracias a sus longilinios y largos brazos, las extraía del enfriador sin que KIKE se percatara.
En su extenso pretil, reventando queso biche con panocha y escuchando Radio libertad sintonizada por Lucho Esnelda en un radio Nivico de su propiedad, todas las noches esperabamos al viejo pendejo para mamarle gallo.
Con el correr del tiempo, la salud de sus propietarios desmejoró. A la señora Zenaida, sus hijos se la llevaron para Barranquilla. El viejo KIKE falleció y quedó al frente del negocio su hijo José, que terminó pagando favores sexuales con la mercancía, y al cabo de varios meses sólo se vislumbraba en los armarios, un viejo frasco de papeletas de azul de metileno, preludio tangible del ocaso de la tienda de Kike.