TE LO GANASTE

Un sol resplandeciente enmarcaba la tarde dominical en Magangué. Eran casi las dos del mediodía y José Raúl López Ordosgoitia conocido popularmente como Mecho, sentado en la verja de su casa en plena calle del Hipódromo, miraba de un lado para el otro tratando de buscar alguna actividad que apaciguara la ansiedad que le generaba un fin de semana carente de programa.
De repente apareció por los lados de la residencia  de la finada Carmen Amelia, mamá de los hermanos Arrieta, su amigo Robinson Rivera, quien llevando entre sus brazos un desaliñado gallo fino envuelto en una panola roja, lo invitó a una concentración gallística que se llevaría a cabo en una improvisada gallera ubicada a la entrada del popular barrio Isla de Cuba.
Mecho que no es amante de este tipo de diversión, ante el aburrimiento que le embargaba por el tedioso festivo, aceptó sin atenuantes la invitación de Robinson. En cuestión de minutos, ya que la gallera quedaba a solo dos cuadras de su hogar, llegaron al enardecido recinto
El sitio estaba, como decimos acá en la costa Caribe, hasta las tetas. No cabía un alma, en medio del barullo de apostadores y espontáneos aficionados a esta antiquísima y tradicional  diversión heredada de nuestros ancestros españoles.
Mientras que Robinsón, lápiz en mano y con una hoja de cuaderno hacia  descomunales esfuerzos para hacer la lista de personas que le iban a su deteriorado ejemplar, José Raúl reflejaba su asombro y aturdimiento en sus desorbitados y grandes ojos, algo enrojecidos por el efecto del cannabis
Al cabo de varios minutos, la voz tronante y ronca de un octogenario señor ataviado de sombrero vueltiao, camisa manga larga y pantalones de dril, con un inmenso carriel en cuero curtido terciado al hombro, llamó la atención del hijo mayor de la finada Ítala Ordosgoitía de López.
“¡Hola López!” seguido de un afectuoso abrazo rompe costillas, fue el gesto que cortó el letargo de Mecho, que sorprendido respondió de igual manera al efusivo saludo de Argémiro López, el anciano de cara colorada y manos callosas oriundo de Santa Ana Magdalena, y que éste jamás había visto en su vida.
Cerveza y amena conversación precedieron el itinerario, después de la formal presentación con el extraño. Apenado y algo intranquilo, Mecho le siguió el juego a su acompañante, olvidándose por completo de su amigo gallero. Al filo de las cinco de la tarde aparecieron tres muchachos, a los que Argémiro presentó como sus hijos. Uno de ellos se acercó al aturdido Mecho y entre risas le dijo al oído: “Te lo ganaste hoy. Es mi viejo, que por  causa de su senilidad confunde a la gente. Tú síguele la corriente”. De inmediato un halito de tranquilidad se manifestó en su alma y ya más tranquilo, prosiguió  el inesperado encuentro.
Siendo las seis y media de la noche, ebrio y con la barriga llena por causa de una hartura de carne asada y sopa de mondongo que le habían brindado sus recién conocidos y supuestos familiares, volteo jopo – como dice Libardo Quezada- y sin pensarlo dos veces, partió para su casa feliz de la vida y con un billetico de $5000 que sutilmente había alojado en el bolsillo de su camisa, el mayor de los hijos del hacendado Argemiro.