UNA, PARA CADA UNO
Las pruebas del Icfes son un examen de cultura general al que se ve sometido todo estudiante de último año de secundaria en Colombia, para poder tener acceso a la universidad. Hace veinte años atrás, los alumnos de grado once de los planteles educativos de Magangué Bolívar, tenían ´que desplazarse a la ciudad de Cartagena, capital del mencionado departamento, para cumplir con este requisito educativo establecido por el Ministerio de Cultura
Acatando esos lineamientos, en el año de 1982 me tocó viajar junto con el resto de compañeros de undécimo grado del Instituto Técnico Cultural Diocesano, a La Ciudad Amurallada. Partimos un viernes bien temprano, ya que las pruebas se ejecutaban por lo general, el fin de semana de la tercera semana de agosto.
Encaramitados en un bus de la empresa Brasilia y con los temores que genera el salir solos por primera vez de nuestro natal Magangué, nos dirigimos a la histórica y colonial capital bolivarense: Pablo Jiménez y Tomas Lorenzo Fernández Vergara, naturales de Pinto Magdalena, los hermanos Fariel y Francis Díaz del prospero corregimiento de Tacaloa, Luis Dávila Lastre, alias “El Diablo” de los predios de Buenavista Sucre, la tierra de las almojábanas. Y mi persona.
Amontonados como el ganado matrero, nos recibió en Cartagena, una amiga de Pablo Jiménez quien tenía años de estar radicada allá y fue la encargada de situarnos en un cuchitril ubicado en la peligrosa calle de La Media Luna.
Instalados los cinco en un cuartucho de mala muerte, donde pululaba un olor a moho característico de las cárceles, decidimos salir en horas de la noche a comer pizza en el exclusivo sector de Bocagrande. Al paseo se unió Gustavo Arrieta, quien se había hospedado en la Calle Quero, en casa de una amiga de su finada madre Carmen Amelia
Timoratos y guiados por Gustavo quien al parecer conocía la ciudad, tomamos una buseta que decía en un cartel de letras verdes algo garabatudas “Bocagrade-Crespo”. Vueltas y vueltas por parajes oscuros y enmontados, fueron la constante del viaje. Cuando llevábamos casi media hora y únicamente quedábamos nosotros de pasajeros, el chofer dirigió su vista por el retrovisor y en tono enérgico nos pregunto que para donde íbamos, ya que la ruta había terminado. Al unísono replicamos que para Bocagrande. El chofer amablemente y entre sonrisas, nos explico que habíamos tomado la ruta equivocada y que debíamos tomar la buseta que subía en sentido contrario.
Luego de la extraviada y en medio de hermosas edificaciones y almacenes de luces multicolores, por fin estábamos en el lujoso barrio cartagenero a donde habíamos ido con la firme convicción de comer, por primera vez en la vida, las famosas pizzas que solo veíamos en las series americanas que trasmitía la televisión nacional.
Pizza Italy, en letras rosadas y con un llamativo logotipo en luces de neón, fue el sitio donde acampamos. Una bella joven ataviada de blusa rosada y con un impecable delantal en donde resaltaba el nombre del negocio, salió a nuestro encuentro. Con libreta y carta en mano, preguntó qué íbamos a comer. En forma coordinada replicamos ¡Pizza! Ella, levantando la mirada nos preguntó nuevamente. ¿Una familiar para todos? “No, una para cada uno”, contestó Fariel. Asombrada y pensando que estábamos equivocados en el pedido, volvió a reiterar su pregunta. “Una, para cada uno y con cola Román” acentuó Gustavo.
Incautos nosotros, puesto que no sabíamos diferenciar entre una familiar y una small, nos aterramos al ver el regreso, luego de dos viajes que hizo, de la joven portando tremendas palanganas con las apetitosas pizzas
En resumen, ninguno pudo comerse completamente lo pedido. Gustavo tras embutírsela a la fuerza, terminó votándola. Francis y el boca de checa de Fariel, en medio de fuertes dolores estomacales decidieron al igual que Pablo y mi persona, envolverlas en papel aluminio para llevárnosla a la residencia donde estábamos hospedados. Luis Dávila, El Diablo de Buenavista Sucre, optó por jondearla arriba de un techo de un local aledaño y Tomas Lorenzo la dejó olvidada, por causa de la llenura, en el asiento del vehículo donde regresamos