DONDE JULIO VILORIA

De la mano de mi tía Alicia, salía todos los lunes de cada semana a cobrar las pólizas de la Joyería Nuevo Estilo del finado Alcides Benavidez, labo
r que arduamente realizó durante muchos años para conseguir el sustento con que mantenía, al igual que sus hermanas que trabajaban en EEUU, las necesidades de la casa.
Luego de abrir la jornada con una visita donde la señora Águeda Ardila, la mamá de los reconocidos hermanos Pinedo Ardila, nos enrutabamos hacia la tienda de Julio Viloria, pleno barrio Córdoba a escasos metros de la Iglesia Del Caño, para cobrarle a la señora Lilia Meza, esposa de Julio. Aprovechando la estancia en el  prominente negocio, me emplamaba par chichas de arroz con agua de azares, que la señora Lilia hábilmente envasaba en las botellas de jugos Néctares California usados y que higienicamente eran habilitadas para darles nuevo uso. De ahí y con la barriga que me retumbaba como calabazo suerero, continuábamos nuestra rutina, que por lo general terminaba en los predios de la Catedral de Nuestra Señora de La Candelaria.
Ése vivaz recuerdo de la tienda de Julio Viloria, jamás se me borró de la mente y vino a vivificarse muchos años después, cuando de adulto volví al mismo negocio, ya no a comprar chicha, sino a altas horas de la madrugada para adquirir una galillúa de Tres Esquinas.
La estrategia de atender durante las 24 horas del día a su clientela, al mejor estilo de las tiendas de conveniencia de las grandes ciudades, le sirvió al veterano comerciante para mantener su hegemonía comercial durante muchos años.
Una ventanita diseñada en el inmenso portón de corredera color blanco que enclaustraba la tienda pasadas las diez de la noche, cuando las familias Redondo, Retamoza y Petra Lara, quién vivía enfrente, se encaletaban a dormír, fue la salvación de muchos magangueleños para abastecerse cuando la ciudad declinaba ante la presencia de Morfeo.
Zampárle un violinazo al timbre que yacía a la altura de la pequeña ventana, era suficiente para que a través del interfon se escuchara en tono  ronco y trasnochado la frase "A la orden" que ponía fin a la ansiedad del necesitado.
Pero el gancho de la tienda y lo que realmente la llevó al éxito y al reconocimiento, fue la venta de toda clase de licores en especial el whisky, adquirido en el concesionario de Elías Barbur Cartagena. Razón por la cual, esa esquina de la calle Padilla en Magangué, se volvió famosa por el barullo de gente que a media noche,   en los destartalados Willys que por mucho tiempo sirvieron de transporte público, motos, bicicletas y hasta a pata, como la garrapata, confluian de diferentes sectores de la ciudad - sobre todo los fines de semana - para abastecerse de lo requerido para el zafarrancho en honor a Baco.
El agite tuvo su final el 3 de marzo de 1992, cuando por designios del Todopoderoso, el señor Julio falleció. Ante tal situación, las riendas del local quedaron en manos de su esposa, pero ya no fue igual debido a que la señora Lilia, por cuestiones de seguridad y salud, dejó de atenderlo en tiempo completo. Y éste fue cerrado, quedando sólo en la memoria de su clientela, la frase "DÓNDE JULIO VILORIA"