LA TIENDA DE YEYA
Por Wilberto Peñarredonda
La primera y única vez en mi vida, donde vi un enfriador de madera estéticamente pintado de color verde aguacate con unas tablillas a manera de bisel que ribeteaban sus esquinas, fue en la tienda de Yeya.
Delia Navarro, como realmente se llamaba, llegó a Magangué con su esposo Ascanio Palencia y su unigénita hija Raquel procedentes de la vecina población de Since Sucre -la tierra de la mazamorra- a principios de los años cuarenta.
Con el altivo espíritu de comerciante que caracteriza al sabanero, colocaron un ventorillo en su casa ubicada en la calle 16A del barrio Pueblo Nuevo, más exactamente en frente de los Gravinas, una familia de ascendencia italiana que tenía en su seno, un hijo que comía cucarron.
Al cabo de varios años y gracias a su tesonera labor y a la colaboración de Raquel, en esos tiempos aún adolescente, el negocio adquirió jerarquía tumbando en popularidad a la tienda de Don Graciliano y Chú. Una pareja de septuagenarios hermanos, paisanos y cuñados de Yeya, que vivían a escasos metros de ésta.
La venta de queso, huevos criollos, suero, guineo manzano, batata, ñame espino, raspados, horchata, chicha de maíz, cresto, galletas de panela, carambolas, cocadas, carruso, bolitas de leche y ajonjolí, Mentol KQ, Veramón, Píldoras de Vida, Esencia de Cola, calillas, cigarrillos Piel Roja y una que otra cerveza camuflada a los profesores del Liceo Magangué que estaba a la vuelta, fueron su carta de presentación.
Hasta Alfonsina Barros, esposa de Cosme Gutiérrez, quienes eran sus vecinos de patio, se las ingenió haciendo un pequeño orificio en las paredes divisorias de las viviendas, para adquirir por ése conducto lo requerido para el almuerzo.
Pasada las cuatro de la tarde y mientras que el mono Ascanio recorría las riberas del majestuoso Magdalena vendiendo aperos para burros, la tienda de su esposa se convertia en casino, donde confluían las hermanas Enalba y Regina Romero Hernández, quienes en medio de risotadas, café cerrero y cigarrillo, en compañía de Marlene su prima, Alfonsina, el viejo Puello y Chico Carepapa, novio de Raquel, jugaban Lotería hasta las nueve de la noche, hora en que se cerraba el negocio con una descomunal tranca de guayacán que ajustaba las hojas de la puerta, siempre de verde oliva, de lado a lado.
La partida de Raque a su nuevo hogar, conformado por Chico Manjarres, el popular Carepapa y sus tres hijos Verena, Josefina y Hugo, aunado a los quebrantos de salud de Delia, fueron el preludio para la desaparición del chuzo. Y es asi como en el año de 1982, cierra definitivamente las puertas a su clientela, la TIENDA DE YEYA