¡4 MONDONGOS Y 4 CARNES!
Fiestas en corralejas en la vecina y promisoria población de Since Sucre, en honor a la Virgen del Perpetuo Socorro. El run run de la noticia llegó a oídos de Orlando Cure Cure, quien tirándole cráneo a la situación, se acordó de que la flecha para ir a disfrutar de los cinco días de astados y a la vez ahorrarse el pasaje, era su amigo Horacio Cárcamo, que en ése entonces vivía en el Edificio Ancar, ubicado frente al parque de Las Américas en Magangué.
Sin pensarlo dos veces, el fortachón joven de origen libanés, desde el primer día de toros, se parqueo en punto de las 10: AM a esperar que Horacito saliera, para aprovechar el chance. Y en los minutos que éste demoró en salir, caminaba incesantemente de la esquina del desaparecido Colegio de Las Mojarritas, hasta la esquina de Máquina Borracha, y viceversa. Parecía, por su tranco y agilidad, un short stop -al mejor estilo de Luis Aparicio- atento a la jugada.
Después de casi hora y media, bajó Horacio por la parte lateral del inmueble, con destino al parqueadero Las Palmas, donde diariamente guardaba su Trooper color blanco con llantas de balón. Orlando atento, se le fué atrás y antes de entrar al estacionamiento lo japeo y le comentó lo del aventón. Sin inconveniente alguno, ambos encaramitados en el auto tomaron la vía de la Calle Padilla, para recoger Juan Carlos Arrieta que también hacía parte de la comitiva.
Con música de los Zuleta a todo volumen y muertos de la risa por las jocosas anécdotas del flaco Arrieta, llegaron vía Avenida Colombia al barrio San Mateo, donde al pie de la carretera los esperaban El Loco Tapia armado con dos botellas de whisky y Said Cure, con una cámara handycam Sony que le habían mandado de EE UU y con la que se rebuscaba haciendo videos, en formato Beta.
Completo el quinteto amante de la tauromaquia y alborozados por el efecto de la fina bebida escocesa que repartía Carlitos Tapia bajo el rigor de la llamada vuelta del diablo - trago tras trago, sin dejar descansar la botella-, llegaron a la una y media a la monumental plaza de la vecina población sabanera.
Orlando, ya chispoleto, sugirió almorzar en una carpa aledaña al lugar, donde vendían carne a la llanera y sopa de mondongo con aroma a boñiga. Los cinco visitantes se acomodaron al rededor del descomunal mesón cubierto de un inmenso mantel de hule color rojo, algo embadurnado de grasa donde sutilmente revoloteaban una que otra mosca, y pidieron a su antojo lo que iban a comer.
Cuando la empleada que lucia un vistoso delantal negro, en cuyo pectoral estaba bordado el logotipo de aceite la muñeca, le preguntó al fornido rubio de ojos azules como piedralipe y frondosa barba rubia, que iba a comer. Éste le contestó directamente y sin objeción, que quería 4 MONDONGOS Y 4 CARNES. La noble muchacha algo desconcertada lo miro fijamente a los ojos y con aire dubitativo, le reiteró la cantidad. A lo que éste le acentuó afirmativamente, con un ligero movimiento de cabeza. Lo que no esperaba Orlando, era que el semejante pedido se lo iban a servir fraccionado. Acción que lo sacó de cordura y airadamente hizo que le sirvieran lo pedido en chorizera.
Ése sainete lo repitieron al pie de la letra, los cinco días de toros que duraron las fiestas. Y para completar el pastel, al día siguiente de terminado el payandé, el loco Tapia organizó en su casa con el pretexto de observar en un jopo de televisor a los que llamaban culo e' pato por su grosor, los vídeos que Said había filmado en la corraleja. Como resultado de la batahola, El Flaco Arrieta duró una semana durmiendo debajo de la cama por causa del delírium tremes, y al grandulón de origen libanés no hubo bicarbonato con limón que le diera abasto, para amainar una agriera y cagadera que lo aquejó por más de quince días.

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