Asedio a los corredores azules de Cartagena; una ciudad bajo cerco hídrico

  21 Oct 2025 

Por Álvaro Viloria Romero *
Los corredores azules de Cartagena: arroyos, canales, caños y drenajes pluviales, constituyen una red vital que enlaza la dinámica continental con la marina, garantizando el flujo de agua, sedimentos y vida entre cuencas, humedales y la bahía.
Más que simples infraestructuras hidráulicas, son sistemas socioecológicos que sostienen biodiversidad, modos de vida y memoria cultural. Sin embargo, hoy se encuentran bajo un asedio múltiple: contaminación, ocupación irregular de sus riberas, deforestación y cambio climático. Su deterioro no solo genera inundaciones y pérdidas materiales, sino que también amenaza la resiliencia ecológica y social de la ciudad.
Contexto hidrográfico y social
La red hídrica de Cartagena está dominada por el Canal del Dique, que desvía aguas del Río Magdalena hacia la Bahía y, por una serie de caños y arroyos urbanos, como Ricaurte, Chimaría, Tabú y Casimiro, que desembocan en la Ciénaga de la Virgen. Esta intrincada red articula zonas rurales, suburbanas y costeras, pero sufre una presión antrópica constante.
Históricamente, las riberas de los canales han sido zonas de frontera urbana donde la ausencia del Estado permitió la expansión de asentamientos informales. Barrios como El Pozón, Fredonia o Nelson Mandela crecieron en torno a estos cuerpos de agua, utilizándolos para la higiene, el transporte menor e incluso la pesca.
Con el tiempo, la falta de planificación y el vertimiento de residuos domésticos e industriales transformaron estos espacios de vida en focos de contaminación y riesgo.
Importancia ecológica y cultural
Ecológicamente, los corredores azules son zonas de transición altamente productivas: filtran contaminantes, amortiguan las crecientes, recargan acuíferos y sirven de refugio a especies nativas. La Ciénaga de la Virgen, alimentada por estos caños, es un humedal de importancia Ramsar y un regulador natural del clima local.
Pero su valor no se limita al ámbito ambiental. Estos canales forman parte de la identidad popular y de la memoria colectiva de los cartageneros. Los mayores aún evocan los tiempos en que se pescaba o se nadaba en sus aguas, un recuerdo que revela un vínculo profundo entre comunidad y naturaleza. La degradación de estos espacios implica también la pérdida de un patrimonio biocultural que sustentó durante décadas el equilibrio entre el entorno y la vida urbana.
Impactos sociales y de salud pública
El deterioro de los drenajes urbanos tiene consecuencias directas sobre las personas. Las inundaciones recurrentes provocan desplazamientos temporales, pérdidas materiales, suspensión de clases y afectación de servicios básicos. La exposición a aguas contaminadas incrementa los casos de enfermedades gastrointestinales, dermatológicas y vectoriales, como el dengue y el chikunguña.
A ello se suma el impacto sicológico y económico: el estrés constante, la inseguridad y el gasto en reparaciones erosionan la estabilidad emocional y financiera de las familias más vulnerables. En los barrios populares, la combinación de precariedad habitacional y exposición crónica al riesgo crea verdaderas trampas de pobreza que impiden mejorar las condiciones de vida y perpetúan la desigualdad.
Impactos económicos directos e indirectos
La disfunción de los corredores azules repercute también en la economía local. Directamente, comercios, talleres y microempresas pierden mercancías y equipos cada temporada de lluvias. La infraestructura pública: vías, redes eléctricas, escuelas, se deteriora y encarece su mantenimiento.
De forma indirecta, la contaminación y la degradación de los manglares reducen la productividad pesquera y la calidad paisajística, afectando al turismo y al sustento de cientos de familias ribereñas. Además, el gasto continuo en limpiezas y obras de emergencia drena los recursos públicos que deberían destinarse a soluciones permanentes. La ciudad termina atrapada en un ciclo de reacción y no de prevención, pagando el costo oculto de un modelo urbano desconectado de la naturaleza.
Impactos ambientales y pérdida de biodiversidad
El sistema hídrico cartagenero sufre una degradación interconectada que alimenta un círculo vicioso: contaminación difusa y puntual; los vertimientos domésticos e industriales, junto con la escorrentía urbana cargada de hidrocarburos, metales pesados y microplásticos, llegan a los canales y la bahía. Los sedimentos provenientes del Canal del Dique, cargados de agroquímicos, agravan el problema.
Reducción de la capacidad hidráulica: la urbanización en riberas y los rellenos ilegales disminuyen las zonas de amortiguación natural, intensificando las inundaciones.
Deforestación de manglares: estos ecosistemas, esenciales como barreras naturales y criaderos de peces, han sido talados o invadidos, acelerando la erosión costera y la pérdida de biodiversidad.
Cambio climático: el aumento del nivel del mar, las intrusiones salinas y los eventos extremos alteran los ecosistemas costeros y ponen en jaque la estabilidad ecológica y urbana.
Desigualdad territorial y ambiental
Los impactos no se distribuyen de forma equitativa. Los barrios de bajos ingresos, asentados en zonas inundables o sobre antiguos cauces, soportan los mayores riesgos y carecen de recursos para adaptarse. Mientras tanto, las zonas de mayor renta cuentan con infraestructuras adecuadas que mitigan los efectos del agua. Esta desigualdad ambiental revela una ciudad fragmentada, donde los problemas de los sectores más vulnerables son invisibilizados hasta que las inundaciones afectan el centro económico o turístico.
Una gestión urbana que no incorpore justicia ambiental solo perpetuará esta brecha, desplazando el problema en lugar de resolverlo.
Hacia una restauración integral y adaptativa
Superar el asedio a los corredores azules exige un enfoque sistémico, ecológico y socialmente justo.
Algunas estrategias claves pueden ser:
Restauración ecológica de riberas: reforestación con especies nativas como mangle y bijao para estabilizar suelos y crear barreras vivas contra inundaciones.
Manejo integral de cuencas: coordinar acciones con los municipios de la cuenca del Canal del Dique para reducir la carga de sedimentos y contaminantes desde el origen.
Fitorremediación y humedales artificiales: aprovechar el potencial de plantas acuáticas para limpiar el agua de forma natural y económica.
Adaptación basada en ecosistemas: planificar la ciudad considerando la subida del nivel del mar y la restauración de manglares y playas como defensas naturales.
Educación ambiental y participación comunitaria: empoderar a las comunidades como guardianes del agua, promoviendo el monitoreo ciudadano y la apropiación social de los canales.
Reconciliar la ciudad con su agua
Los drenajes pluviales, caños y canales de Cartagena no son simples conductos de desagüe: son arterias ecológicas y culturales que sostienen la vida urbana. Su degradación refleja décadas de improvisación y desconexión entre planificación y naturaleza.
Restaurar estos sistemas implica mucho más que obras hidráulicas: requiere reconciliar la ciudad con su agua, reconocer los límites ecológicos del territorio y construir un modelo de desarrollo que integre justicia social y sostenibilidad ambiental.
Recuperar los corredores azules es recuperar la memoria hídrica y el pulso natural de Cartagena. Solo reconectando con ellos podrá la ciudad enfrentar con dignidad y resiliencia los desafíos del Siglo XXI.

Gerente de Proyectos de Enterritorio SA y exgerente de Aguas de Bolívar SA-ESP; Ingeniero civil, especialista en Análisis y Gestión Ambiental, Gerencia Pública, Consultoría Ambiental y Gerencia de Proyectos de Construcción.
Las opiniones expresadas por el autor de esta columna no reflejan necesariamente las de la institución donde trabaja.

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