AVINAGRADO PALADAR
Se venía la cosecha de sorgo y el finado Alfonso Blanco requería adecuar los terrenos de la finca Monte Carmelo de propiedad de su papá, para la siembra de la preciada graminia. Dentro del proceso de adecuación estaba la ardua tarea de destronconar y machetear lo que la máquina no alcanzaba a realizar y para esa misión requirió de sus amigos y vecinos, Efrén Méndez alias Perencho, al escandaloso Rocha y a mi primo Mario Carabela.
Trabajaban de lunes hasta el sábado medio día, y su jornada laboral comenzaba a las siete de la mañana y terminaba a las cuatro de la tarde. Como todos vivían cerca, se reunían bien temprano en la esquina de la casa de la familia Blanco, y Foncho los llevaba y traía en su Susuki color azul.
En un principio, el trio de jornaleros le compraban el almuerzo a la mujer del capataz de la finca, pero en vista que el sueldo no les rendía, decidieron cocinar ellos mismos en un rudimentario Esso Candela que Francia, la mujer de Rocha, les había facilitado.
Le fiaban la compra al zorro patillón de José Castillo Cerro, hijo del finado Kike, la cual resultaba un lío cancelar en la quincena, debido a la majadería de los acreedores.
Arroz bolú, sopa de hueso manío, yuca jorra y guarapo de panela, intercalado en ocasiones con machucho de carne salá, codillo de cerdo y espagueti, constituian el menú diario de los jornaleros. Que aburridos por la rutina decidieron hacer un día, el tradicional mote de queso, icono gastronómico de la basta región de la Costa Caribe Colombiana.
Armados con cinco libras de ñame criollo, tres libras de queso duro de ese que huele a jopo, cebolla, tomate, un cuarto de manteca y el infaltable suero atolla buey, los pupilos del hijo del Dr Miguel Blanco Porras se fueron bien temprano a sus quehaceres.
Perencho con una raida franela envuelta en su cabeza a modo del Toque Blanche se encargó de la preparación del mote, mientras que Carabela y Rocha, desnudos, dizque para que no le diera comezón la maleza adherida a la ropa, terminaban de destroncar el extenso lote.
Llegó la hora del murrio, parafraseando en algo al Vampiro Alarcón, y la humareda del pequeño fogón auguraba la cocción del exquisito platillo. Solo restaba probarlo para ver si estaba en su punto. Cuando ya chantados en el improvisado comedor constituido por tres bloques y un galón de manteca Viví esgualepado, al emulador de Martín Berastegui se le dió por probar el mote con una cuchara de palo, similar a una barqueta. Un hilillo de baba escurrió de su prominente colmillo sobre la cuchara, y sin percatarse la volvió a zampar en la olla. En instantes, el espeso motilote quedó más clarucho que caldo de enfermo y Rocha, que estaba cerca exgrimió: ¡Nojoda Perencho, cortaste el mote!
Cagados de la risa y con la cara como gato fogonero de tanto mamar sol, no tuvieron más opción que comerse el almuerzo aderezado por el AVINAGRADO PALADAR de Perencho.