MAZAMORRA
Por Wilberto Peñarredonda
¡Mazamárquez! Asi, de un solo pretinazo y tono alto, era mi efusivo saludo cuando lo veia con sus camisones anchos y desacuñados por los alrededores del centro de la ciudad de Magangué. ¡Ajá Peña! Me respondía, al tiempo que levantaba su mano diestra en señal de saludo. Entonces venía a mi mente, el interrogante de qué ¿de dónde carajos me ubica Mazamorra?
¡Mazamárquez! Asi, de un solo pretinazo y tono alto, era mi efusivo saludo cuando lo veia con sus camisones anchos y desacuñados por los alrededores del centro de la ciudad de Magangué. ¡Ajá Peña! Me respondía, al tiempo que levantaba su mano diestra en señal de saludo. Entonces venía a mi mente, el interrogante de qué ¿de dónde carajos me ubica Mazamorra?
Claro, me respondía a mi mismo. Desde que mi tía Alicia, agarrada de mi mano siendo un niño, pasaba a cobrarle al Nono Aldana las pólizas de la Joyería Nuevo Estilo y Enrique Rafael Redondo Castillo, su nombre de pila, estaba presente en el que fuera uno de sus tantos trabajos como vendedor de electrodomésticos.
Mazamorra, cuyo apodo proviene por ser nativo de Since, Sucre y los sincianos tienen fama de mazamorreros, llegó a este Puerto por recomendación de sus paisanos Ascanio Palencia y Yeya Navarro, la de la tienda del enfriador de palo.
En sus primeros años, vivió con ellos y trabajaba de ayudante de Ascanio, en la comercialización de aperos para burros que éste vendía a lo largo y ancho de la región de la Mojana.
Al cumplir los dieciocho años, se enrola como trabajador de la empresa Avianca en el cargo de Despachador de Correspondencia. Ante la estabilidad laboral que ahí le ofrecían, contrae nupcias con la finada profesora Nora Aguilera Comas, con quien tuvo siete hijos: Miguel Enrique, Xenia, Sissi, Marlen, Norys, Alma y Piedad.
Con el correr del tiempo, Avianca cierra sus oficinas y al popular Maza, de estirpe conservadora y eterno líder de Juan Raad, ingresa a trabajar en Muebles Juliao. Un inmenso almacén ubicado en el sector donde se parqueaban los carros que viajaban para Yati.
De ésa época hasta el año de 1974, cuando tuvo un percance que casi le cuesta la vida, su agitada carrera como vendedor, se resume a una serie de empleos ocasionales realizados en J. Glothman S. A, Vallejo & Ramírez, ServiHogar Ltda y Kelvinator.
Entrado en su madurez, monta a la vuelta de su casa ubicada en pleno corazón del barrio Córdoba, un taller metálico cuya razón social fue INDUSTRIAS MAZA, dónde se elaboraban puertas, ventanas, persianas, bases para neveras, estufas y antenas para televisores. Como su fuerte era la elaboración de las antenas en forma de triángulo para captar la señal de Telecaribe, con el avance de la tecnología y la aparición del cable, el negocio se vino abajo junto a su patrimonio empresarial.
Sus hijos se crecieron y con el apoyo de éstos y su esposa, entrada la vejez, se dedicó a tertuliar y disertar sobre temas políticos que por su ideología -godarria hasta la médula- en una ocasión tuvo un altercado con su vecina Lilia Meza, al desgarrar de su pared, un afiche de Virgilio Barco. Disgusto que fue subsanado en uno de los tradicionales sancochos de fin de año que Enrique organizaba, para congraciarse, como satiricamente lo decía, con sus amistades de alcurnia. Y que eran amenizados hasta altas horas de la madrugada con música papayera, aire folclórico que lo apasionaba.
La muerte de su esposa lo afectó notoriamente y éste hecho aunado a una seria enfermedad que lo aquejaba, lo llevaron a su deceso en agosto del 2015. Como todo personaje popular, nadie lo conocía por su nombre, al igual que el benemérito Cándido Martinéz Carity. Y todas las personas, nativas o foráneas, que le solicitaban, siempre preguntaron por el viejo Mazamorra.