EL SAINETE DEL FIN DE SEMANA

Los alrededores del Parque de Las Américas en Magangué, era la zona del agite. Apenas despuntaba la noche del viernes, el espíritu jacarandoso se apoderaba de nuestro cuerpo y el corazón nos palpitaba al compas del tracuteo de tambores y trompetas.

En patota, luego de ver pasar al combo de San José, encabezados por El Mimí, Pajarito, Fernando Navarro, Pacho y Tavo Muñoz, entre otros  de quienes se me escapan sus nombres. Salíamos nosotros, acicalados de desodorante Brut y Champú Trinity, con un cepillito de mango enjaretado sutilmente en la parte trasera de la cintura del pantalón. 

Affaire impuesto por El Kene, a su llegada al combo de "Los Babillones del Pretil de Don Marcelino Arrieta Amell". Mote inventado por la fulgurante Enith, la mujer del Negro Hielo

En medio de los empujones del Gavilán, nuestra primera estación era El Teatro Habib. Si la cinta exhibida era buena, entrábamos. De lo contrario, volteábamos jopo y seguíamos con dirección al parque, para ver el ambiente que reinaba donde Máquina Borracha. No sin antes agüeitar la zona del Sagitario, Cosme, Un Sólo Dolor y la Cachaca Aura. Cuchitriles donde pululaba un olor amoniacal, revuelto con alquitrán y perfume barato. 

En el emblemático bar del viejo Humberto, siempre fuletiao, estaban los mismos. Afuera con un descomunal desorden, los hermanos Corcione Ruso, Kurtis y Gary Butron Hodwalker enfrascados en un titánico duelo de bailarines, a quienes solo les hacia el quite en contorsiones rítmicas, Olegario Salazar Requena. Cuyos destellos de lentejuelas acariciadas de Neón, iluminaban el panorama.

Dentro, la jarana de Versalles, entremezclados con los empleados de la desaparecida Telecom y los de la Energía Eléctrica, gremio del que hacía parte Orlando González. Quien atento, tomaba detalles para esgrimir con el correr del tiempo, una espectacular crónica del lugar. 

Sin dejar de mencionar a los funcionarios de los bancos y uno que otro pato, como Pavoni, que con una gorrita de ciclista al mejor estilo de Carlitos Montoya, y un paquete de cigarrillo encaletado en la manga de su suéter, bailaba frenéticamente "Cari Caridad". 

A pesar del reinante entusiasmo en el Bar El Boricua, seguíamos hacia El Punto Cubano de los hermanos Rivera, ubicado a escasos metros. Ahí, era dificultoso saber quién estaba dentro. Ya que su tenue iluminación que matizaba las imágenes de destacados cantantes de la música Antillana plasmados en sus rudimentarias paredes, no permitía verle la cara a los asistentes. 

Sólo la alopecia simulada de Guillo Pérez Tapia, quien alternaba su estancia en ambos bares, delataba su presencia en el sitio que por mucho tiempo, fue la firme competencia en discografía, del negocio de los Gutiérrez. 

Concluida la correría, si estábamos de ánimo y si las condiciones económicas de quienes casi siempre mandaban la parada, como El Ripio, Basi, Lucho Chapotín, Jairo Manjarres, Cresu, Perencho o Rocha - yo iba de gorrero- nos achantábamos en cualquiera de los dos lugares.  Si no, el Salón Siglo XX terminaba siendo nuestra última estación. Y una partida de buchácara entre el finado Jairo Manjares luciendo su afro torcido, y Basi Comas, acompañada de una catajarria de fritos de la señora Miriam, se convertían en el epílogo del sainete del fin de semana, que mantuvimos por muchos años.