Por qué amo a Cartagena
Por Agustín Leal Jerez *
Amo a la Cartagena que me acogió como estudiante de provincia, por los años70’s. Por esa época tuve el placer de habitar en el Centro Histórico, cuando era un espacio para la gente y cuando, en el claroscuro de sus noches de luna, besaba furtivamente a mi primer amor en los vericuetos de los estribos de sus románticas calles.

Amo esa ciudad valiente que dio el primer grito de independencia y esa gesta republicana de hombres probos y emprendedores que convirtieron a Cartagena en un emporio comercial, turístico, industrial y portuario, apoyados por una clase política digna y capacitada, y de alcaldes con una profunda vocación de servicio a la ciudad.
Me fascina la resiliencia del pueblo afrodescendiente. Ese que, muy a pesar de no ser prioridad en las políticas públicas y que ha sido víctima de una feroz discriminación racial, en las épocas más duras de este mal se vestía con traje entero de lino blanco y sombrero panamá, aunque rodara una carreta de bananos.
Pero me desconcierta la mediocridad de esa segunda generación de cartageneros, que despilfarraron las fortunas de sus padres y entregaron en manos de cachacos y extranjeros bancos, negocios, fábricas y productos que, aún hoy, son orgullo nacional, y cuyas utilidades son disfrutadas en las grandes ciudades del interior del país y del mundo.
Y no alcanzo a comprender el estancamiento de la Universidad de Cartagena en las profesiones liberales y su falta de visión para poner su capacidad y prestigio docente al servicio de la formación de la mano de obra calificada que demandan la industria, el turismo y la actividad portuaria, con carreras tecnológicas al alcance de la población menos favorecida. Gran parte de la mano de obra calificada de la ciudad, está en manos de cachacos y extranjeros.
Y menos aún comparto con la clase política, hegemónica, dinástica y corrupta que nos gobierna, y que se ha apoderado de la ciudad a través del traqueteo de lo público, llegando a la desfachatez de involucrar las más altas dignidades de las corporaciones públicas en el tráfico de estupefacientes.
Pero, a pesar de todo ello, sueño con una sola Cartagena, sin fronteras sociales y sin odios. Se equivocan quienes venden el extrañamiento social porque han sido mediocres y poco resilientes. Nuestros errores en la vida, nuestras frustraciones, no nos pueden conducir a sembrar un desueto odio de clases.
La disfunción política, económica y social de la ciudad se resuelve es haciendo una pedagogía intensa a toda la ciudadanía, en todos los escenarios de difusión posibles, enseñando la forma de escoger a sus dirigentes.
La cultura y sus expresiones populares deben ser el instrumento adecuado para resolver nuestras tensiones sociales de forma pacífica, pero contundente.
* Abogado, especialista en Derecho Público con experiencia en Derecho Urbanístico, Ordenamiento Territorial, Contratación Estatal y Gerencia de la Defensoría Pública, entre otros temas.