COMO ALMA QUE LLEVA EL DIABLO
A Vladimir Alvarado lo conocí en el año de 1982, cuando cursando undécimo de bachillerato en el Instituto Técnico Cultural Diocesano de Magangué al lado de Alcibiades Luna, amigo de andanzas de Blacho, nos visitaba con frecuencia en las diferentes actividades sociales que organizábamos.
Terminado el año lectivo en el cuál nos graduamos como bachilleres. Nosotros en el prestigioso plantel fundado por Monseñor Eloy Tato Lozada qepd, y Blacho en el Liceo Joaquín Fernando Vélez. Perdimos contacto alguno, y solo volvimos a vernos, cuando siendo funcionario de Planeación Municipal de Magangué coincidimos eventualmente, en uno que otro evento.
Pasó el tiempo, y una noche cuando degustaba plácidamente de un cigarrillo Rumba, en la esquina donde funcionaba la desaparecida Tienda Cily del finado Pedro Pérez. Apareció Vladimir cagado de la risa y en facha deportiva. Luego del rutinario saludo, nos sentamos en el negocio en ése entonces propiedad del cachaco Jaime, y entre sorbetes de Cola Román y bocanadas de alquitrán, hablamos mierda hasta decir ya no más.
Rememorando el pasado, el longilineo hijo de José Alvarado se acordó de su época de niño, cuando siendo estudiante de cuarto de primaria del insigne Marco Fidel Suárez, y ante una falta disciplinaria, se llevó unos correazos del desaparecido profesor Félix Viloria. Iracundo y envuelto en un mar de lágrimas, cuenta Blacho que no tuvo más opción que agarrar una batuta de la banda de guerra del plantel, que estaba encima de un pupitre y se la zampó -del lado de la bola- en la humanidad del afamado docente, quien cayó boca arriba y debido a su discapacidad física, no pudo levantarse, pese a los movimientos que hacía, similares a los de un morrocoyo con el caparazón volteado.
Tras la cagada y evadiendo a los alumnos de quinto de primaria, quienes recibieron la orden del profesor Viloria de que lo capturarán. Raudo y con la muchedumbre detrás, salió con dirección al parque de las Américas, en aras de llegar al negocio de su abuelo Raimundo, ubicado en la calle San Clemente. En su paso por el parque y debido
a la velocidad que llevaba, la brisa que generaba su galopante carrera descuadernó los paquitos del plante de Piñerez. Y causó estupor en una pareja de maricas que se comían, aprovechando lo tupido de una mata de bambú, que por muchos años adornó el lugar.
Bastante fatigado con la jeta llena de espuma por la resequedad, y con sus largas y flacas patas como bolillitos de tocar tambor que ya no le respondían, pasó por la esquina donde quedaba la fonda de Corina. Cuando la multitud casi lo tenía a boca de jarro y a punto de atraparlo, una zambullida al estilo Marx Spitz por debajo de la amplia cama de su abuelo, y que fue precedida por un atenuante insulto por parte del viejo Raymundo sobre sus perseguidores. Fue suficiente para librarlo de aquella jauría que lo hizo salir de la escuela, COMO ALMA QUE LLEVA EL DIABLO.

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