EL VIEJO PENDEJO

Para el año de 1978, el destacado y recién fallecido cantante de música vallenta Jorge Oñate Gonzales, popularmente conocido como El Jilguero de América. Sacó un Larga Duración denominado “En La Cumbre”, en compañía del acordeonero  Nicolás Elías Mendoza Daza, el cual incluía un paseo de la autoría de Beto Murgas llamado “Ahora después de viejo”.  Cuya jocosa letra, caía como anillo al dedo a una recurrente relación amorosa  entre un septuagenario señor, con una veinteañera chica que vivía a la vuelta de mi casa. Precisamente en la calle 18 del populoso sector del barrio Olaya Herrera en Magangué.
La jovenzuela, en compañía de su mamá y un hermano que quizás para la época tendría algunos doce años. Vivian alquilado en la casa que era de la familia Lerma, ubicada entre Los De La Parra y la residencia de la familia Ramírez Herazo, quienes años más tarde adquirieron esa propiedad. Enfrente, vivía el profesor Felipito Pertúz, el propietario de un desueto automóvil modelo 42 al que llamaban El Apolo 11 y dos casas después, en plena esquina de la calle 18 con carrera 10B, estaba el ventorrillo de Enrique Castillo García.  Que era una casona alta de madera y zinc Apolo, revestida de cenefa color ocre. La cual le daba un entorno llamativo y servía de complemento estético, a un inmenso pretil de cincuenta centímetros de alto donde todas las noches nos chantábamos a tirar risa con todo el que pasaba y  robarle  a Kike, cada vez que se adormitaba en su escalingado taburete en espera de su clientela, unas panochas que guardaba en un rudimentario exhibidor de madera forrado en anjeo, y que resultaba insuficiente para soslayar el hábil accionar de los largos brazos de mi primo Mario. Al igual que unas chichas de guayaba dulce, que reposaban en un destartalado enfriador Inducol 
Diariamente y pasadas las siete de la noche, confluíamos en esa esquina: Edgar Urángo alias El Chinche Mono,  Lucho Esnelda tío del Chinche y furibundo seguidor del Junior, que tenía una pequeca que no era todo golero fumando Lucky que le metía el diente. Efrén Méndez Bastamente, alias Perencho, José Muñoz Herazo alias Cresú, los hermanos Álvaro y Jairo Arévalo Sánchez, El Rocha que vivía enfrente, El Kene -peluquero vitalicio del combo- , Mañilo de quien más nunca supimos de su paradero, Capulina, Mario Carabela y mi persona. 
Víctima de esa patota a la que el viejo Enrique Castillo, sinceano de pura cepa, apodó "Los Magníficos". Fue por largo tiempo el septuagenario viejo, que por azares del destino, se enamoró de la chica que vivió a escasos metros del sitio donde estábamos cebados. Era el sainete de todas las noches y apenas divisábamos a la distancia la esbelta y diminuta figura del emulador de Romeo Montesco, siempre ataviado de camisa blanca manga larga bien almidonada, pantalones de gabardina y la cabeza empavonada de pomadita La Reina que le daba un matiz original a sus entrecanas, comenzaba la mofa hacia su senil enamoramiento. 
Con base al tema de Oñate y del cual hago referencia al inicio de esta crónica,  El Chinche Mono bautizó al señor El Viejo Pendejo. Y cada vez que hacia su parsimoniosa entrada al domicilio de su enamorada, al unísono y en tono agudo se escuchaba desde la esquina el estribillo iniciado por Alvarito Arévalo  de “¡Viejo pendejo, viejo pendejo!”. Hasta Mañilo,  en cierta ocasión, tuvo la ocurrencia de ponerle como cortina musical el tema del Jilguero, en una grabadora monofónica RCA de su propiedad. 
Al principio, el viejo pendejo no sabía que el corito era dirigido a su persona, pero ante lo reiterativo de éste, cayó en cuenta de la burla y comenzó a tomar drásticas medidas para quitarse la joda que continuamente le colmaba la paciencia.  Unas piedras chinas que cargaba en los bolsillos y que recogía antes de llegar a su destino, fueron su estrategia de defensa y cada vez que comenzábamos a mamarle gallo, la lluvia de los contundentes misiles hacían blanco en el techo y maderamen de la tradicional tienda, que junto al Mercadito Boston del reconocido Julio Pescao y la tienda del cachaco Mane, se constituían en los negocios más relevantes del sector. 
Ante tanta fregantina, como decía la finada Tule Martínez, y el malestar que generaba en el viejo y la familia de su novia la constante burla de nosotros. Éstos, por iniciativa del geriátrico novio, quien era pensionado,  terminaron mudándose del barrio y solo quedó en el recuerdo, la apasionante aventura amorosa del Viejo Pendejo.