GREASE
Era la época de la fiebre de brillantina y los cines en el mundo hacían su agosto con la comedia musical protagonizada por Olivia Newton Jhon y Jhon Travolta.
La sala de los grandes éxitos cinematográficos no fue la excepción y el emblemático teatro de la familia Habib en Magangué, le ganó de mano a su más ferviente competencia, como lo era el Manuel Ramón y "rempujaron", parafreseando a Remanga. Tres funciones diarias los días posteriores a su extreno.
Matiné, vespertina y noche, como para no tener excusa de asistir. Fue la triple programación establecida y un jopo de póster del tamaño de una pantalla con el afiche oficial del film, colgado por Niño Bueno en la parte superior del teatro. Fueron el marketing que ayudó a engrosar las arcas económicas de Don Teofilo, en el verano del año 1978
El mierdero armado a las afueras del Teatro Habib era indescriptible, la cola para comprar la boleta, doblaba los billares El Sótano y casi obstaculizaba la entrada de la Residencia Santa Marta. Mientras que en La Enrramada, la heladería anexa al teatro, sitio favorito del finado Marco Manotas, Gary Butrón y Jairo del Castillo, y dónde se daban cita los novios para jurarse amor eterno en medio de sorbetes de Milo, no cabía un alma. Y el calor era tan abrumante, similar o quizás peor, al del restaurante Las Tres Loritas.
Esa fue la constante los primeros días de la premier y ante tal situación decidí entrar a la semana, recuerdo que en un matiné dominical.
Hacia un sol canicular y enceguecedor. De ñapa, cuando entré, ya habían apagado las luces y la cortina cardenal, la misma donde a Fredy Catalino se les desvaneció la novia luego de haberle gastado la entrada y los mecatos de rigor. Y que siempre mantuvo un olor a cárcel y un hollín que hacia estornudar, me dificultó el ingreso.
A tientas y mirando los trailes que pasaban de los próximos estrenos, una vocecilla dificultosa por la inhalación de humo distrajo mi atención.
Al mirar a mi izquierda del primer pasillo, de los dos con los que contaba la sala y lugar donde provenía la dificultosa voz, vi a Luis Eduardo Campo Lara, el mismísimo Chapo. Que arrellenado y con las patas montada en el espaldar del asiento que le antecedía, Fortuna en boca me dijo:
"¿ Y qué viejo Pocho, se fuma un cigarro? ".
De inmediato me chanté a su lado, en una butaca que estaba desocupada y disfrutamos la cinta, bajo los acordes del alquitrán que guardaba en el bolsillo de su camisa. Para esa entonces el chapo tendría escasos 12 años de edad y ya aspiraba el cigarrillo con suma versatilidad.
Entre copiadas y frunas, terminó la función, cuyo efecto en los espectadores fue de inmediato, ya que en el barullo que se forma a la salida, fue común observar a los emuladores de Danny Zuco, brincar y hacer la coreografía captada en la película. Entre ellos, al loco Pío y al Aris, el hijo de la finada Pola, quienes mascando chicle bomba, se pavoneaban con dirección a su casa, al mejor estilo de los ademanes expuestos por Jhon Travolta.
Sin descartar, el auge comercial en almacenes como Caribú, Micaela Chirolla y el de Rosario Gaviria, donde los pantalones bota tubo volaron, al igual que el Cheseline. Y los salones de belleza de mayor prestigio de la ciudad, como: María Luisa Pava, Alvaléz y La Peya, no dieron abasto para complacer a su clientela con el look de Sandy, la otra protagonista de Grease.