BENTO POR REFUERZO

      Cronista, México D.F.
El mayor escollo que se tiene al cursar el bachillerato, es superar la materia de algebra que se ve en octavo y trigonometría, igual de calilla, la cual se afronta en decimo grado. Superadas estas disyuntivas, lo demás es cuento. Aunque la física y la química, no dejen de mortificar en esta etapa de la Educación Superior.  
Ante tales circunstancias, Héctor Baquero Yúnez nuestro compañero de estudios en el Instituto Técnico Cultural Diocesano de la ciudad de Magangué en el año 1982,  se cráneo la forma de librar los malos ratos que le generaba el aprendizaje de la trigonometría y contrató como tutor personal a Miguel Barcha, su compañero de curso y uno de los alumnos más aventajados del plantel educativo en mención.
Los refuerzos se pactaron para las horas de la noche. Tiempo en el que “Pipe” Barcha asistiría a la inmensa casa de Baquero,  que estaba situada en plena Avenida Colombia donde hoy funcionan los Superalmacenes Éxitos. Lo que no predijo Tico, fue que su tutor de cabecera nos comunicó a Kike Araujo, Jorge Larios, Gustavo Arrieta y mi persona, quienes también cursábamos undécimo grado junto con ellos, de dichas clases y nosotros ni cortos ni perezosos nos incluimos en el paquete tutorial.
Tronco de sorpresa se llevó el anfitrión, cuando al abrir la puerta de su oscura casa que se mantenía en penumbra para ahorrar energía, se topó con el batallón que encabezaba “La Rellena”, apodo con el que reconocíamos a Kike.  Aunque su gesto facial fue de desaprobación, el ojiazules no tuvo otra alternativa que dejarnos entrar. Previo argumento de Barcha, quien adujo que nosotros también seriamos sus pupilos y que en grupo se estudiaba mejor. 
Las clases marcharon normalmente, los primeros cinco días. Es más, el pupilo de Pipe mostraba un ligero progreso en el area de Trigonometría, al punto que Tomas Díaz, profesor de la materia, alcanzó a reconocerle sus méritos. Pero la hecatombe se sobrevino, cuando en cierta ocasión Kike Araujo acalorado, decidió irse a servir un vaso de agua fría. Al llegar a la cocina, lugar donde reposaba un nevecon marca Samsung, avizoró en su interior, media docena de jarras plásticas atiborradas de una gran variedad de jugos naturales con leche. Y como el ojo es imprudente, como decía mi eterna vecina Tule Martínez, al dirigir la mirada a su alrededor en busca de un vaso, vio que en la estufa había comida como para un batallón. 
Cuando regresó a la mesa del comedor, sitio donde recibíamos las clases, con un bigote blanco impreso por la espuma del Milo que minutos antes se había empalmado a boca de jarra y aprovechando la ausencia del dueño de la casa ante el llamado de su papá, nos soltó la primicia de su hallazgo. Raudos, el finado Jorge y yo, salimos  disparado a corroborar lo comentado por Araujo. Gustavo y Barcha, cagados de la risa se quedaron estambay  y solo entraron en razón, cuando volvimos armados. El Cabe, con una porción de carne asada con yuca y yo, con un muslo de pollo guisado y papas al vapor que comimos apresuradamente, antes que Tico volviera. Solo los labios lucios de Jorge,   por efecto de la manteca, dilucidaban el ardid cometido   
De ahí en adelante el interés de nosotros, se limitó en ir a hartar todas las noches, el suculento menú que celosamente guardaban en casa de la familia Baquero Yunéz. Kike y Jorge, como eran vecinos y vivían más cerca a la casa de los Baqueros, llegaban antes que nosotros y terminaron asumiendo el rol de mayordomos. Ellos, eran quienes nos abrían la puerta y muchas veces, mientras que alguno de los dos nos recibía, el chasquido de sus bocas diluyendo los alimentos, alertaba de su presencia en la lúgubre cocina. Héctor se dio cuenta de lo acaecido en su casa, pero el chantaje de dejarle de impartir clases por parte de su ocasional instructor, lo redujo a la impotencia. 
La guachafita duró hasta el momento en que el viejo Héctor Baquero Ramírez, papá de Tico, enfurecido decidió suspendernos la entrada a su enigmática mansión, al notar el decrecimiento de sus alimentos de un día para otro. Y ni la explicación de su hijo fue suficiente, para justificar y hacerle entender a su padre, del trueque que él  tenía con nosotros, del bento por refuerzo
Wilberto Peñarredonda