CORRALEJA
Cronista, México DF
Trepidar de higueretos, barasanta y roble amarrados con majagua. Rudimentarios palcos en madera, cubiertos de oxidadas láminas de zinc Apolo resistentes al embate eufórico de la muchedumbre enardecida por el ímpetu de Baco, sirven de escenario a osados Manoletes, capaces de dejar arrastrar sus vísceras inmisericordemente bajo el sofocante calor tropical, a cambio de espontáneos aplausos y mísera retribución monetaria envuelta en turrones
Llegan como autómatas a cuanta población este de pláceme patronal, para exhibir sus dotes de tosca tauromaquia. El olor a pólvora y el estridente resonar del porro paleteao parido de las entrañas empíricas de Emiro Naranjo y ejecutado virtuosamente por la 19 de Marzo de Laguneta, Córdoba. Indican el preludio de una enardecida jornada taurina que se disemina en la delgada línea que separa lo pagano de lo religioso.
El espíritu mercantil bulle ante la necesidad de los pobladores y un tenderte de improvisados cambuches comerciales, pululan a los alrededores de la polvorienta plaza. Donde el olor a chirre de manteca caliente que burbujea sin cesar, ante el coqueteo del cucharon con las empanadas, carimañolas y chinchurria. Al igual que el diabolín traído de las extensas sabanas de Sucre y la tira de butifarra que altanera quiere salirse de la calderta en que reposa, estimulan el crujir de tripas de quienes bien temprano y bajo el inclemente solazo, aseguran un puesto para plácidamente observar la faena dispuesta para pasada las dos de la tarde.
Con el dorso acalambrado y el jopo adormitado ante el imperioso maltrato de la cinta, en medio de la incesante lluvia de cerveza, orines y salivazos. Ahí estaba Félix Campo Cardona, el papá de Yayo y Domitila, degustando vino de palmita y haciendo alarde con El Rocha. Al que Francia, su fiel compañera de diabluras y venida del alto Sinú, alcaguetamente le mandaba en una bolsa cara e vaca, carne molida con arroz, revueltos por el vaivén de la bicicleta de su emisario Joselito Arrieta. Que arribaba más tarde en compañía de la cuadrilla encabezada por Mario Carabela, Vidal Eduardo García y Basi Comas, a cuanta corraleja existiera aledaña a Magangué
El astado, amedrentado por el bullicio y guapirreo de más de dos mil almas apilonadas en los tenderetes de rustica madera, inmersas en olor a cariaquito morado, pomadita La Reina, calilla y sobaquina, está por salir. El Balay y El Arranca Teta irrumpen del toril en una despavorida embestida a cuanto obstáculo ven en el camino y sólo, en medio del revuluto, se vislumbra la pañoleta fosforescente del Songo Zorongo asido afanosamente de su porta vasos de madera, donde llevaba el colorido guarapo fermentado y que atrevidamente comercializa dentro del ruedo. Y el flequillo de "La Ocha", una joven adolescente que pasó gran parte de su mocedad encaramitada como cobradora en los buses urbanos. Y desafiando la muerte, en las diferentes fiestas de la región
En esa rutina emana la sangre que tiñe de escarlatas el polvoriento tapete de la maltrecha plaza. Recinto pasional de incautos parroquianos embelesados por el alucinante efecto etílico del ñeque, cannabis o Diazepán. Mientras que el negro Rocha y el Mocho Acuña, teniendo como referente al difunto Milán en décadas pasadas, alardean de sus dotes de domador y banderillero, respectivamente.
Arriba en los palcos, María Varilla con su descomunal trasero, pechos insinuantes y el rostro pintoreteado - a lo Vivanco-. Baila frenéticamente con el espontaneo parejo, haciendo descomunales esfuerzos auditivos para acordar el precio de su rato pasional, sin percatarse que abajo los intestinos de su amante de ocasión, sirven de testimonio de la bravura del Balay
En la noche y como colofón de la trajinada jornada emuladora de San Fermín, el morrocotudo fandango hasta el amanecer. Bajo los acordes de la ya disonante chupacobre, que entonando al garete La Butaca, El Gavilán Garrapatero y La Espuela del Bagre, anuncia al despuntar los primeros rayos del siguiente día, una nueva tarde pletórica de Corraleja.