LA HACIENDA DE ISACCITO
Cronista, Mexico DF
Culminado el bachillerato y expectantes del rumbo que tomaría nuestras vidas, luego de esa extensa etapa académica, la mayoría de los amigos egresados del Instituto Técnico Cultural Diocesano de la ciudad de Magangué, promoción 1982. Nos seguimos frecuentando y casi siempre esas esporádicas reuniones, terminaban en parrandas amenizadas con buen vallenato de Diomedes Díaz, Los Hermanos Zuleta, Binomio de Oro y Los Betos, sin pasar por alto, por lo práctico y económico, la suculenta viuda de carne salada acompañada de yuca, ñame y plátano ñejo, como bastimento.
El punto de reunión, casi siempre, era la casa donde vivía Jorge Larios Bermúdez, QEPD. Que estaba ubicada bajando la calle Media Luna, exactamente frente a la casa del finado Alfredo Cure Arrieta, vecino de las Ramírez y la familia Abuabara.
Una de esas tantas tardes de ocio parqueados en casa de El Cabe, como cariñosamente llamábamos a Larios, apareció Isaac José Ordosgoitia Ramírez, que había llegado de Barranquilla, ciudad donde alcanzó a graduarse de bachiller. Luciendo el corte Napoleón, el look del momento, con camisa verde botella manga larga, pantalón blanco ceñido y zapatos del mismo tono al mejor estilo de los bailarines de salsa, nos saludó eufóricamente al tiempo que nos comentó que estaba recién graduado y quería celebrarlo eufóricamente. No había terminado de expresar su deseo, cuando Alvarito Araujo, hermano de Kike y vecino de Los Larios, saltó de su butaca como conejo cotilino y comenzó a recoger el dinero para comprar el garrafón de Tres Esquinas.
La ponina salida del bolsillo de los ahí presente, como Jorge Cárcamo Álvarez, quien llevaba casi un mes celebrando su admisión en la benemérita Universidad de Cartagena, Kike y Álvaro Araujo, los hermanos Gustavo y Juan Carlos Arrieta, Pipe Barcha, Basi Comas, Jorge Larios como anfitrión, Isaccito el homenajeado y mi persona, sólo alcanzó para el trago. Y el resto de aperos, representados en hielo y castalia.
Mientras que inventábamos de donde carajos sacábamos el billete para comprar el bitute, apareció del callejón de Las Niños Sotomayor Ramón Viñas Amell, con su andar menudito a lo torero cuando coloca tercio de banderillas, ataviado de sweater cuello e´ tortuga y una averaguada pantaloneta que dejaba entrever, sus peludas y fornidas piernas de fracasado futbolista. Al vernos en conato de farra, se aplañoñó entre nosotros y con su aguda voz nasal comenzó a meternos conversación, dando tiempo a ver si se pegaba en el festejo. Como no hubo manera de zafarlo, al flaco Arrieta se le ocurrió incluirlo en el plan, con la condición de que comprará lo concerniente a la comida. Con el ceño fruncido y meneando las comisuras de sus labios adornadas por una frondosa barba, arguyó que no tenía efectivo, pero que una bolsa de 5 kilos de arroz que le había regalado Gertrudis Viñas, su prima, nos podía sacar del atolladero.
Con Kike Araujo a la pata, se fue a buscar lo que sería al final de cuentas, la salvación del murrio. La tienda “Las 2 Luisas” de la familia Prado y que quedaba a la vuelta, fue el sitio indicado para el trueque. Ahí llegamos en romería y luego de negociar con el propietario, nos hicimos a lo necesario para la viuda. No sin antes soportar la retahíla que Moncho le montó al tendero, al momento de escoger los artículos. Tanto fue así, que Jorge entre risas y algo enojado, le dijo: “Nojoda Ramón, tu pareces una vieja pa comprá”
Solucionado el impase, nos apoltronamos en el patio de las Ramírez Gómez, tías del festejado, con un tremendo alboroto generado por una grabadora Sankey de propiedad de Martinita. La atención de las sexagenarias hermanas fue excepcional. Hasta la viuda nos hicieron, en un monumental caldero que prestamos donde las Abuabaras.
En plena euforia de la parranda, entre el canto desafinado de Isaccito y Gustavo, que toda la vida se las dieron de cantantes, y el infructuoso intento por parte de Kike, Pipe y Ramón, por robarse un pato que se pavoneaba alegremente en casa de Toño Abuabara. Sonó el teléfono de las Ramírez. Chole, con levantadora floreada en tela de etamina le pasó el inalámbrico a su sobrino, puesto que la llamada era para él, y éste hazañosamente y jugueteando con la antena del artefacto -similar al futuco de las peras para lavados- le dijo a su interlocutor, que estaba festejando con sus amigos y conjunto vallenato a bordo, su grado de bachiller en la hacienda de propiedad de su papá