DE VAN CAMPS A VIEJITO
Una estridente algarabía bajo el radiante sol del caribe colombiano, engalanaba la población de San Rafael de Cortina, en el marco de las fiestas patronales en honor a su santo San Rafael Arcángel, que se celebra todos los 24 de octubre de cada año. En ése ambiente acicalado de Tabú, olor a ropa guardada en baúl y a pólvora recién quemada, llegamos a la tierra del pescado con sabor a ciénega al filo de las once de la mañana, el ingeniero y amigo Alejandro Eljaik y mi persona, en su camioneta Toyota vino tinto con el ánimo de cumplir una invitación que formalmente le había hecho el compadre Guarín, al reconocido ex gerente de Idema y Servimag por allá a mediados de los noventa.
Con la ayuda de un niño que nos sirvió de guía, ubicamos su rancho en inmediaciones de la iglesia, y apenas nos vió la emoción lo embargó, desbordándose en un torrente de atenciones.
Apretujados en su amplia sala llena de vericuetos y sentados en unas Vetustas mariapalitos de madera, el anfitrión comenzó a charlar con Alex acerca de unos proyectos que tenía en materia de obras públicas, al tiempo que degustamos unas cervezas calientisimas, peor que purgante, que compraba su mujer en la tienda de a la vuelta. Luego sacó de una vieja vitrina panadera, iguales a las que tenía el viejo Enrique Castillo en su ventorrillo, una pipona de aguardiente que no se le alcanzaba a ver la etiqueta, de lo mohosa que estaba, y que se podía freír unas tajadas de cambalo en su dorso, por la alta temperatura que ésta presentaba.
En ése son, nos dieron las dos de la tarde. Y entre fumarola de Hidalgo y tragos, el flaco Guarín acelerado por el anisado licor, inventó mostrarnos varias cajas de bolas de billar y más de dos docenas de tacos, con los que tenía pensado montar un billar en el promisorio pueblo. Cuando quiso alcanzar la última caja de bolas que estaban apilonadas en la cima del zarzo, la número once se salió repentinamente de su envoltorio haciendo blanco en su pómulo izquierdo, lográndolo herir. Con el rostro inflamado y una herida de dos centímetros de abertura, amainada con café y mertiolate, prosiguió la charla.
El trepidar de la banda de Piñalito y un potentoso recamarazo que espantó hasta el gato que elegantemente posaba encima de una damajuana, anunciaron la salida de la tradicional procesión. Guarín aún torulato del mapolazo, ordenó a su joven esposa que sirviera el almuerzo, antes de que se fuera con su pequeño hijo al acto religioso. Una viuda de viejito, con yuca harinosa y plátano amarillo sancochao, acompañado de arroz apastelado hecho con manteca de cerdo, suero y guarapo. Fue el manjar que adornó una improvisada mesa armada con dos tablones, teniendo como base tres hiladas de bloques y tapizada con dos hojas de plátanos abiertas, a manera de mantel.
Servido el humeante bitute y ante el hambre que teníamos, eran casi las cuatro de la tarde, el ingeniero procedió a empacarse la primera bocanada de viejito, no sin antes advertirle que estuviera presto a una puya del diminuto pescado. "¡No le pare bola a eso!" fue la respuesta a mi consejo. No habia terminado de degluir el bocado, cuando haciendo como perro purgado se levantó de la ristranca que hacía de comedor, y a un costado del callejón del inmueble, vomitó el centenar de espinas que iban enrredadas en el arroz. Con el rostro enrojecido por el atragantamiento y una mucosidad emanada de su nariz, solo se limitó a decirme con voz nasal: "Nojoda Pocho, tenías razón. De Van Camps a Viejito, es mucha la diferencia"

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