LA DESAFINADA DE SORACÁ

Por Wilberto Peñarredonda      


Ad portas de la graduación de Horacito Cárcamo como abogado titulado de la benemérita Universidad Libre de Barranquilla, para finales del año 1987. Me topé con él y su inseparable amigo William Alberto Soracá Vásquez, en la llanera Brisas del Cauca que está ubicada a la entrada del popular barrio Isla de Cuba. 
Eran casi las nueve de una lluviosa noche novembrina y ambos cagados de la risa, disfrutaban de unas cervezas águilas en la destartalada fonda al compás de un casete de Diomedes Díaz que Pacho Gravinni, mesero del negocio, amablemente le había colocado a Albertico. En cuestión de instantes y enterado del motivo del festejo -al día siguiente era la ceremonia de graduación - me chanté con ellos a disfrutar de la parranda.
Tipo diez y media y ya enrrabonados por efecto de la cebada, Horacito se acordó de un vacilón que vivía como huésped en la casa de la señora Edelfa Niño QEPD, y puyamos el burro en ésa dirección, luego de que éste pagara  la cuenta en su totalidad.
Entrar a la casa de D
Edelfa, era una odisea ya que la calle por mucho tiempo se mantuvo sin pavimento y cuando llovía se hacía un pantano. Matas de platanos nacidas silvestremente, canto de ranas y el grillar de grillos, armonizaban el panorama. Dando sancadas y evitando caer en el fangal, llegamos a nuestro destino. Horacio luciendo un pantalón de drill verde botella con un Ralf Laurel color beige y Albertico atabiado de un Slaconia blanco bombachú, cuyo culo semejaba una mochila de colar café algo salpicada por el lodo, y una camisa mal acuñada a cuadros.
La anfitriona nos sacó unos taburetes y mirando el sórdido panorama mientras tomábamos unas cervezas que el enamorado me encargó en la tienda Las Dos Lisas que quedaba cerca, éste acaramelado hablaba con la dama.
A las once y media, y ante los gestos de somnolencia de la dueña de la casa, salimos con dirección a la residencia de los Lara. 
Más desorientados que la cometa cuando queda sin rabo, escuchamos que de la vieja casona de Mamá Icha Berrio, y que en ése entonces estaba alquilada por el viejo Romeo, emanaba una voz melodiosa entonando una canción del viejo Andrés Landero. Siguiendo el rastro de la tonada, llegamos a la guachafita que se escenificaba en la alta y republicana terraza del inmueble. 
Y sin ser invitados nos embutimos. 
Apenas estábamos saludando a Joaco, el finado Ricardo, Ana, la Señora María Sobeida -esposa de Romeo - y al cantante, que era un primo de ellos recién llegado de las sabanas de Córdoba, cuando Albertico meneando el jopo impertinentemente y gesticulando a lo Cacique de La Junta, intentó hacerle el quite al cantante en un verso, con tan mala fortuna que de su garganta salió un chillido estridente similar al de un choncho cuando lo deguellan, acción que generó malestar entre los asistentes y que fue motivo para que fuésemos expulsados inmisericordemente.
Empavilados por la pertinaz lluvia fuimos a parar, buscando donde seguir tomando, al frente del hospital San Juan de Dios. Pero una acalorada discusión de Soracá con Horacito por motivos de plata, dió al traste con la amena parranda que siempre será recordada como la DESAFINADA DE SORACÁ. 

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