LA BALADA ES PA' MARICA

Por Wilberto Peñarredonda      

Magangué siempre se ha caracterizado por ser una ciudad melómana. Aquí se escucha y se baila -gracias al flow de sus habitantes - desde un tango hasta un reggaetón. Aunque la mayoría de la gente lleva en la sangre el fulgurante sonido de la salsa, puesto de manifiesto en emblemáticos sitios ya desaparecidos  como El Punto Cubano de los hermanos Rivera, y el Bar El Boricua o simplemente Máquina Borracha del viejo Humberto Gutiérrez. Sin dejar de mencionar El American Bar, El Golazo, Kim Bambú y otros recientemente establecidos, como La Habana y el novedoso estadero La Riviera.

Para mediados de los ochenta, y luego de una aguardientera sabatina acaecida en el acitronelado Bar Mi Cafetal - el olor a moho lo disimulaban con Citronela- Varios integrantes del combo de los Babillones del Pretil de Don Marce, salimos al siguiente día domingo bien temprano, 
a acompañar a José Muñoz, conocido como Cresu, para cobrar un billete de un trabajo que había realizado. Rocha, Perencho, Mario Carabela, Jairo Arevalo, el burlón de Basi Comas y mi persona, hacíamos de guardaespaldas del diestro albañil de pequeña estatura y complexión fornida.
Luego de realizar la vuelta, el Cresu inventó tomarnos unas frías dizque para refrescar y bajar el guayabo de la noche anterior. Como aún era temprano y Máquina Borracha estaba cerrado, decidimos entrar al Bar La Moneda, en inmediaciones del Mercado Baracoa. 
Eran casi las diez y media de la mañana y apenas estaban recién abriendo el cuchitril, que atendido por Diosa, la eterna copera de antaño, mostraba un ambiente lúgubre al sonar de "Fuistes Mala" de los hermanos Ramos. Ante 
tal hecho y la cerveza calientona -parecia purgante -, el Rocha, cambambero por excelencia, Hidalgo en jeta exclamó: ¡Nojoda, vamos pa' El Golazo. Yo mando media canasta!
Sin pensarlo dos veces nos sacudimos el fundillo y en caravana encabezada por Perencho, que aún lucia maltrecho del guayabo y se balanceaba de lado, algo chueco por efecto del ron y unas botas picahielo cuyo color era indescifrable de lo sucia que estaban. Llegamos en medio de una algarabía al famoso bar de Mañe, enclavado en pleno corazón de la ciudad y vecino donde anteriormente funcionaban las oficinas de los transportes intermunicipales.
Dos pelagatos eran la clientela que enmarcaba el recinto, cuya brisa ribereña emanada del Magdalena - lo teníamos a escasos metros - abanicaba sin cesar, entremezclada con un olor a bocachico fresco y  destellos de un sol radiante que armonizaban el entorno.
Apoltronados en unas butacas de madera que al menor descuidado te ibas de chaqueta, El Basi con sus dedos regordetes, le hizo seña al cantinero de que nos despachara siete aguilonas, que de inmediato aparecieron vestidas de novia contorsionándose sobre la mesa, bajo el acorde musical de "Avelina" de la Salsa Mayor. 
Pasados unos instantes, un cotero de tes morena, pantalón mocho y suéter esmanguillado. Calzado con unas abarcas de esas cuya suela viene reforzada con neumáticos de tractor, y que yacia sentado sólo cerca al baño, pidió una balada al Dj. El crujir de la aguja sobre el acetato no había dejado diferenciar bien el tema pedido por el  desconocido muchacho, cuando de la parte posterior donde estábamos sentado, surgió la voz gorgorosa e imperante de Rafael Hernández, el hijo del finado Florentino, quien era, al igual que el moreno, el otro pelagato que encontramos al llegar. Diciendo "¡LA BALADA ES PA' MARICA!" De inmediato, el agraviado por la ofensa se paró y sin mediar palabras le acestó un violento abarcazo en el cachete al hoy docente, cayendo éste patas pa arriba, con la cara roja y salpicada de mierda de puerco, debido a los vestigios que había de excremento en las ranuras de la ordinaria suela.

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