LA CARA E' COBRA

Por Wilberto Peñarredonda      

Luego de casi treinta años, volví a encontrarme con el Pipe Barcha, amigo de secundaria en nuestra natal Magangué. 

El mítico Zócalo de la ciudad de México, fue el escenario perfecto para cagarnos de la risa haciendo remembranza de las travesuras de las que fuimos protagonistas en el Instituto Técnico Cultural Diocesano.

La mente fresca  de Pipe fue esencial para recordar con nombres propios y apodos, cada uno de los profesores que nos dieron clases en el emblemático plantel educativo fundado por Monseñor Eloy Tato Lozada (QEPD), a principio de la década de los setentas.

En medio del barullo que se forma en la Calle Madero, zona turística obligada a visitar en la capital del país azteca, referenciamos a Fernando Orozco Niño, profesor de español que por su contextura física se le dificultaba caminar. De ésa misma camada, salió a la palestra el culiapuntado de Alfredo Chalá, un díscolo morocho que dictaba inglés, y Rafael Brito Mozo, un septuagenario corozalero que daba clases de Geografía atabiado con una raida  mochila sanjacintera -que  no dejaba ni para ir al baño-, donde cargaba un rollo de papel higiénico, un frasco de Vick VapoRub, un radio de panelita marca Sanyo, El Magazine Dominical y una tira de huevos de iguana secos. Además de una larga varita de bambú que le servia de regla.

A medida que caminabamos, fluía de nuestras mentes más nombres y anécdotas, y trajimos a colación al finado Francisco Méndez, que por azares del destino y gracias a su amistad con Tato Lozada, puesto que le realizaba trabajos de mantenimiento en la Casa Episcopal, terminó dando clases de Electricidad y Radio Técnica en el ITCD. Lo curioso y de ahí nació su apodo, es que Francisco no pronunciaba bien la palabra entonces, sino que decía "entoje", motivo por el cual era conocido por toda la comunidad estudiantil, como el Profesor Entoje. 

Un tal Floresmiro, al que le decían flores veo, llegó a mediados de 1980, para cubrir la plaza de Ciencias Sociales. El obeso docente que se la pasaba en alpargatas, era malgeniado y en cierta ocasión llegó a nuestro salón, y sin razón alguna, le metió un manotazo al pupitre donde estaba sentado y salió como alma que lleva el diablo, para no volver jamás. 

Estando en quinto de bachillerato, el pesum de materias incluía una llamada Comportamiento y Salud. La encargada de esta asignatura era una religiosa de Jericó Antioquia, perteneciente a la comunidad de las Santa Teresita de Jesús, llamada Romelia Muñoz Ceballos.

Con dulce acento paisa, la hermana Romelia nos visitaba dos veces a la semana para impartinos sus  adormecedoras charlas, que al cabo de quince minutos de iniciadas ya estaba medio salón en brazos de Morfeo. Ni Mijahil Anaya, el alumno más obediente y sumiso del salón, se escapaba de la modorra que generaba la clase con la hermana. 

No había transcurrido una semana de estarnos lidiando la catequista, cuando Cesar Ponce, nacido y forjado en Guaranda Sucre, la tierra donde a todo le sacan punta y revierten de jocosidad, se la quedó observando fijamente y basado en su fisionomía - era cachetona-  la bautizó con el apodo de LA CARA E' COBRA


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