CUANDO MAGANGUÉ OLÍA A MÚSICA
Autor: WILLIAM GONZÁLEZ BUITRAGO
Era la época en que Magangué olía a Río, a bocachico, a ciénaga y canoa, a aparejos de atarrayas, a tarulla y tapón, a puerto, a lanchas que alguna vez surcaron sus turbias y embravecidas aguas que entre zarpes y arribos se fueron difuminando en lontananza, perdiéndose para siempre en la distante espera de un retorno incierto, pero dejando tras de sí, una estela de recuerdos impregnados con las alegres melodías de canciones lejanas que la memoria envejecida se resiste a confinar en el olvido, porque están amarradas con firmeza, al palo del corazón.
También olía a música, humo y alcohol, a perfume, a sudor, a barro, a cieno...en fin, olía a puerto y olía a canción. Puerto de añoranzas, puerto de nostalgias, de encuentros furtivos en la noche plateada... en el que sus amarras se quedaron ancladas en románticos y apacibles atardeceres esperando que tornaran las esquivas lanchas de donde un día zarparon con ansias de regresar.
Esos plácidos momentos eran alterados por el arribo de lujosos barcos a vapor que con estruendosa algarabía eran recibidos por los entusiastas parroquianos ataviados con ropas blancas y casi siempre con sombrero, mostrando un rostro sonriente a los ilustres visitantes y cuya algarabía era ahogada por el sonido de la música que interpretaban las imponentes orquestas que hacían grato el viaje de los pasajeros a ese puerto de ensueño, de desorden e ilusiones incrustado como sable en una costilla de ese Magangué del ayer cuando el respeto, el civismo y las buenas costumbres eran el betún amable de rara poesía.
Con los vapores llegaron artistas de talla mundial que se untaron de pueblo, que saludaban de mano y caminaron sus céntricas y angostas callejuelas sintiendo el abrazo acogedor de este pueblo soñador. Cantaron los argentinos, CARLOS GARDEL el hombre que inmortalizó el Tango; LIBERTAD LAMARQUE, actriz y cantante; los cubanos KIKO MENDIVE, CELIA CRUZ, con su tumbao y su azúca se perfilaba como una artista grande; ORQUESTA ARAGÓN con el maestro Rafael Lay en la dirección; el puertorriqueño DANIEL SANTOS acompañado por la orquesta de PEDRO LAZA.
Sí, olía a música, esa que molían las vitrolas y acompañaban las penas que deja el amor, sumergidas en la botella de un soñador sentado al frente de una mesa, sollozando y cantando vencido de dolor.
Esa Magangué, la del comercio apabullante, la que abrió sus puertas a sirios, italianos, alemanes y hasta a unos chinos que tenían una especie de tienda, con un inmenso mostrador, semi vacío, que vendían los pudincitos más sabrosos que yo hube probado, inmersos en una humildad que contagiaba a la luz tenue de una bombilla desgastada por los años.
Sí. Olía a música y peluqueros, a sastres y turcos, como el turco Mebarack, padre de Shakira, que tuvo un almacén de telas y Amalín de Hazbum que aquí se hizo diseñadora.
Sí. Su olor a música volvió más loco a Aníbal Velásquez quien se bajó de un vapor -supongo, porque no había carretera- se detuvo en el puerto, visitó la balsa de Casimiro que parecía colgada en el tiempo y se resistía a darse por vencida y se fue directo para “El Barrio” quedándose por largo tiempo entre parrandas y serenatas.
También era carnaval y comparsas, reinas y carrozas, bailes de disfraces y casetas. Era jolgorio, alegría, verbena, tristeza y agonía. Ese era el talante de un pueblo pujante que por la desidia de los “nuevos dirigentes” de medio pelo, dejaron todo en el olvido, siendo hoy mediocridad, rapiña, apatía.
Sí. Olía a música, tanto así, que cuando LA SALVE es cantada, cuando ese himno a la madre de Dios se entona, la piel se espeluca, los ojos se enjugan en lágrimas como queriendo lavar tanta injusticia que ven y la voz se resquebraja como el rasgar de un tablón herido por el hacha de la maldad del hombre contra la naturaleza.
Sí. olía a música, a las AURORAS DE FEBRERO, a cine, a calles, a barrios, a esquinas, a mostradores,a tiendas, a abarcas, a sombrero, a corral. Olía a brillantina, esa manteca infernal que tostaba el cabello y dejaba la sensación desagradable al bañarse, por la grasa maloliente al untar jabón.
Tiempos que no volverán. Pueblo de calles polvorientas y techos de palma, cuando el calor se negaba a sofocar, temiendo perturbar la suave quietud de la vida de entonces, y hasta los pájaros agradecían con sus trinos melódicos.
Era música y esquina, una esquina especial con sabor a salsa , rumba y bembé, la esquina más diferente de Magangué, que todos los fines de semana se congregaban a escuchar los ritmos de Cuba y Puerto Rico.
Era un hervidero de jóvenes apostados al suroeste del Parque Las Américas hoy vapuleado y convertido en cagadero y meadero público, lleno de borrachos y malandrines, cuya “reconstrucción” solo sirvió para prostituirlo, llenarse de vendedores convertirse en vía carreteable porque circulan motos sin que autoridad alguna se sonroje, amén de que quisieron cambiarle el nombre para escuchar a las orquestas salseras que sonaban y que hacían las delicias de los bailarines espontáneos que se lucían con sus pases.
No fue solo una esquina, fue toda una zona que olió por siempre a salsa y se engalanaba con pantalones de TERLENKA bota ancha, vestidos a la última moda y perfumados con zapatos de colores ye-yé bien lustrados, camisas de colores estrafalarios y estampadas de flores.
Esa zona era dominada por las cantinas EL BORICUA, EL PUNTO CUBANO, LA DIMENSIÓN LATINA , EL GOLAZO.
Sentarse a degustar unas frías donde Máquina, era ver a Magangué pasar y pasar. Pasaba el cura, el lotero, el vendedor, el doctor, el secretario, el banquero, el bolitero, el pastor, el abogado junto al ratero, el arrocero, el comerciante, el joyero, el tendero, el vividor , el chulo, el cachetero, el monaguillo, el ebanista, el carpintero, el albañil, el taxista, la bruja, el carterista, el marica, la loca y la mujer bonita. Cada rostro reflejaba una historia y en su ropa se notaba las batallas que libraba en muda procesión desordenada, con ilusiones y deseos en busca del sustento.
En los años 70, años del arte, de las letras, de la creación artística, de pensadores, escritores, de rebeldía estudiantil heredada de la década anterior, del amor libre, del movimiento hippie, de festivales, siendo Woodstock el mejor e irrepetible, que fue pensado para 200 mil personas y asistieron un millón y no hubo un solo muerto, el lema era “paz y amor” y mucha hierba.
Todo sabía a música, y de pronto irrumpieron los Pick Up, esas potentes máquinas de sonido que atiborraban de rítmos melodiosos cada rincón de cada casa del barrio Versalles. Para ese momento nacía “El Gran Wattussy” de Hernán Rodríguez y con él las verbenas inolvidables que originaron las casetas a las cuales Nelson y sus Estrellas le dedicó el tema “A la Caseta” y esa caseta era “La Matecaña” inmensa. Hubo otros Pick Up con fama como “El Conde” de Winston García, “El Timbalero” de Mañe Mico, “El Gran Pacho” con Daniel Acosta de picotero, “Al Compás del Reloj”.
Todo olía a música y serenatas, ver ensayar a la “Casino Monterrey” en la voz principal de Pedro Barreto, la trompeta de César Granadillo con sus más de 2 metros de estatura, el bajo de Mingo Anaya, el saxo de Pedro Escorcia y los coroos del Pibe Castilla. Esa calle donde viví por siempre era música, ver a un pelao rasgar una guitarra hechado en una hamaca, que salía por las noches a serenatear y con el tiempo se convirtió en Rodolfo Aycardi que jamás mencionó a su tierra en un disco, noches de serenata y ron con los Puello, Carlos y el Guille, y el Combo de amigos, Orlandito, mi hermano, el Negro Villegas, Lipson, Kurtys, Carlos Rico que después de terminar su “trabajo noctámbulo” terminaban en mi casa, y Orlando peao, me hacía levantar para que yo atendiera a los “invitados”. Luis Alfonso Caraballo en esos momentos estaba en Cartagena buscando un tornillo y qué decir de Chico Cervantes, inmenso, grande y su grito de combate “Nos Fuimos”.
De Chico tengo una anécdota: serían más o menos las 3am cuando después de un toque tuvo la mala idea de meterse por la calle donde resido. Esa madrugada Nurys Hernández tenía fiesta en su casa con Armando Hernández, su primo, y vio que venía Chico a quien llamó, le brindó una mecedora y un trago para que los acompañara. Chico venía herido de trasnocho y Nurys se dio cuenta de que se le iba a escapar por lo que tomó las llaves y condenó la reja. Ante esta actitud, Chico le dijo que estaba borracho, que quería irse y Nurys le respondió que tendría que volarse la reja que le daba por el hombro. Chico le pidió agua y Nurys entró a buscarla, pero apenas le dio la espalda, Chico, con una agilidad digna de Batman, se voló la reja y pegó un carrerón, dejando a Nurys viendo un chispero.
Hoy, la zona del Parque ya no huele a música. Cerraron a Máquina y El Punto y en su lugar colocaron asaderos de pollo. Hoy Magangué está inmerso en un atraso proverbial. El abandono, la desidia, la corrupción, la viveza, la triquiñuela, la trampa, el como voy yo impera, las basuras nos afean y hieden, hay dejadez, malparidez e hijueputez. Todo el que llega al Nido de Ratas, es a llenarse, y mientras el pueblo venda su voto no hay solución a la vista.
Sólo falta que Dios meta su mano y haga un milagro para que estos desagradecidos y desgraciados hijos de esta tierra bendita que un día les dió abrigo, se conduelan de ella, o que el diablo siga metiendo mano y todo lo que toquen se les convierta en oro, incluso los alimentos, como al Rey Midas para que ni ellos ni sus hijos disfruten de nada.
AUTOR : WILLIAM GONZÁLEZ BUITRAGO
Foto del recuerdo por Edgar Buelvas Yepes, antiguo Máquina Borracha.
Magangué, enero 23 de 2021
Tomado de Facebook. Para leer la versión original siga el enlace:
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