LA BOLA E'TRAPO
Cronista, México D.F.
Ni las denuncias ante la policía proferidas por la finada Ludí Comas, y que por este hecho las paredes de su casa fueron embadurnadas de mierda como represalia, fueron motivos para que el juego de bola de trapo desapareciera de la calle 16 A o calle de El Hipódromo.
El berroche era diario y comenzaba desde las 4 pm, cuando la fuerte temperatura de Magangué amainaba un poco. Los domingos el agite se adelantaba desde las 9 am, hora en que aparecíamos como lauchas en casa del finado Cleto Moreno, para que sus hijos “Chingolo” y el profesor Cristo, quienes hacían parte del bonche, sacaran las rudimentarias porterías hechas en viejos listones de madera y un saco de fique a manera de malla. Sin descontar la bola de trapo que Cristo restauraba hábilmente con bóxer, después de cada maratónica jornada
Confluían al sitio las líneas de la Calle Padilla, encabezados por Miguel Redondo Aguilera alias “Mazamorra”, Gino y Doménico Corcionne Russo. Del temido barrio Versalles y con la mente acicalada por el embrujante cannabis: El Tuerto Ditta, El Kuto, El finado Oso, entre otros. Del sector del barrio San José: El Piriyí, El Mimí, los hermanos Morris, Faraón y el mono propietario de la Tienda Junior. De los predios de Olaya Herrera: Los Cutilinos y su corte, entre quienes se destacaban los hermanos Muleth, El Pato Tapia, Los Pitalua, Franklin Baldovino, Julio Pescado y El Gallina. Mientras que haciendo las veces de anfitriones estaba el combo bravo de la 16, conformado por: El Vampiro Alarcón, Mecho López, La Viga, El Callejas, los hermanos Cristo y “Chingolo” Moreno, David Alarcón, Hugo Cure, Arturo Barcha, Freddy Catalino, Jorge Chaparro, Javier Barros, Lucho Tapia y Cosito Centeno.
Yo hacía parte, junto con El Ripio, Basi, Kene, Cresu, Nicanor, Mario Calavera, El Rocha, Perencho, El Chapo y Capulina, del combo de La Rosca o los babillones. Como nos bautizó Eniht, una sexagenaria señora que cada vez que pasaba por nuestro predio, se enervaba al vernos tirados en el pretil de Don Marce.
También y en vacaciones escolares, se integraban a los picaditos de bola e trapo, Alfonso Blanco y sus primos Lucho Gaviria, Farid Cure y Tulio, un amigo de colegio de Alfonso, quien era un excelso gambeteador.
El límite de los partidos eran dos goles. La escuadra que primero hiciera ese número de tantos establecidos, ganaba el partido y por ende la apuesta, que por lo general no pasaba de dos mil pesos. Dinero que casi siempre iba a engrosar las arcas de la finada Digna Lozano, ya que por la extenuante temperatura en el ambiente, era invertido en unos almibarados bolis y bolsas con agua, que la señora vendía en su acreditado ventorrillo
Muchos fueron los años y los tropiezos acaecidos en la calle de El Hipódromo, ante la práctica de este peculiar deporte híbrido del fútbol, y que tan solo el desarrollo y progreso de la ciudad - la calle fue pavimentada y habilitada para el transitar de vehículos - marcó el final de una bella época